Un día, el año pasado, mientras leía el relato bíblico de la mujer que tocó el borde del manto de Jesús y fue sanada de un “flujo de sangre”, me impresionaron las palabras de Jesús registradas en el Evangelio de Marcos: “Hija, tu fe te ha hecho salva; ve en paz, y queda sana de tu azote” (véase 5:25-34). Esta curación también se encuentra en los libros de Mateo y Lucas, pero el relato de Marcos es el único que dice “queda sana de tu azote”. Me conmovieron profundamente estas palabras y comprendí que eran una ley de curación.
Unas semanas después, comencé a experimentar un sangrado constante y anormal, e inmediatamente pensé en las palabras de Jesús. Afirmé en oración que soy la expresión espiritual de Dios, hecha a Su semejanza (véase Génesis 1:26), y por lo tanto soy perfecta, sana, completa y no soy susceptible a ninguna forma de “azote”. Declaré que puesto que reflejo a Dios, el Amor divino, que es sólo bueno, lo que salía de mí como la hija amada de Dios solo podían ser Sus cualidades buenas y amorosas.
Mientras oraba, me di cuenta de que recientemente me había sentido irritada por las acciones de un amigo y me había vuelto impaciente con él. Así como la mujer en la historia de la Biblia, que anhelaba curación, extendió su mano para tocar el manto de Jesús, me volví a mi Padre-Madre Dios y Le pedí que me sanara de la impaciencia y la crítica. Se me ocurrió que este amigo tal vez estaba teniendo dificultades de alguna manera y lo que yo necesitaba ofrecer era ternura y apoyo. La frustración fue reemplazada por la humildad al arrepentirme de mi falta de compasión. Al continuar orando, mi corazón se llenó de dulce amor por mi amigo, y mentalmente “[me fui] en paz”.
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