¿Quién no ha tenido un día en el que la sensación de carga era tan abrumadora que deseábamos que el día terminara antes de comenzar? La presión y el estrés de la familia, los negocios, los desafíos personales, el dolor o la tristeza pueden parecer implacables y hacernos sentir impotentes.
Había una mujer en la Biblia que probablemente se despertaba con ese sentimiento todos los días (véase Lucas 13:10-13). Leemos que ella “desde hacía dieciocho años tenía espíritu de enfermedad, y andaba encorvada, y en ninguna manera se podía enderezar”. La descripción de su dolencia como un “espíritu de enfermedad” sugiere que había algo en el pensamiento que se estaba manifestando en su cuerpo y experiencia. ¿Eran las preocupaciones mundanas las que la agobiaban tanto que no podía mantenerse erguida? ¿Una tragedia personal? ¿Falta de amor?
Nunca lo sabremos, pero sí sabemos que, al verla, Jesús “la llamó” y luego le habló con la autoridad del amor perfecto de Dios: “Eres libre de tu enfermedad”. El relato después dice que “puso las manos sobre ella; y ella se enderezó luego, y glorificaba a Dios”.
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