Estaba sentado en un banco de iglesia escuchando un servicio religioso de la Ciencia Cristiana. Los asientos eran duros y había una corriente de aire, pero no me importó. Tenía 25 años y recientemente había regresado a la Ciencia Cristiana desde un mundo caótico, comportamiento inmoral y temible incertidumbre. Estaba hambriento de verdad y consuelo.
La Lección Bíblica que se leía en voz alta me estaba alimentando con perspectivas espirituales de las Escrituras y de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana. Necesitaba tanto obtener comprensión espiritual que la estaba devorando tan rápido como la compartían.
Después del servicio, me sentí limpio y alimentado por el Espíritu divino. Me encantaba estar en la iglesia. Me ofrecía la inspiración y seguridad que venían de Dios, y estaba verdaderamente agradecido. Todos fueron cordiales y amables conmigo. Pude ver que los asistentes practicaban el cristianismo en sus palabras y acciones. Pensé: “Me gustaría ser parte de esto”.
Aunque de niño había asistido a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana y estaba lleno de humilde alegría por haber regresado a la seguridad y guía de las enseñanzas, tenía mucho que aprender sobre lo que la práctica de la Ciencia del Cristo requiere de nosotros. Era hora de que viviera mi comprensión de la Verdad más plenamente.
Un día, en el vestíbulo de la iglesia, escuché comentarios sobre una inquietante discusión entre los dos Lectores con respecto al estilo de lectura. Y más tarde, me enteré de que uno de los congregantes había modelado en un anuncio de cigarrillos.
Puesto que en mi pensamiento había mantenido muy en alto a todos los que estaban en la iglesia, me sentí desanimado. Estaba tan hambriento de la Palabra que nunca había pensado en cómo se leía la Lección-Sermón. Lo único que sabía era que me sanaba. Me resultaba fácil valorar todo lo que los Lectores traían cada semana. No obstante, después de escuchar las críticas, me encontré más consciente de las pronunciaciones y gestos a los que se hacía referencia. Y me decepcionó especialmente la persona que había sido modelo para el anuncio. Aunque era una persona muy amigable, yo criticaba en silencio esta falla moral. Pensé: “¿Cómo puede alguien que afirma estar dedicado a la revelación espiritual de la Ciencia divina permitirse ser utilizado de esa manera?”.
Sabía que juzgar a los demás no está de acuerdo con las enseñanzas de Cristo Jesús. Su mandamiento “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mateo 5:48) no solo se refiere a las acciones. También significa ser perfecto en el temperamento, opinión y razón semejantes al Cristo. Pero me molestaba que este individuo no estuviera más comprometido con el comportamiento honesto.
No mucho después tuve un encuentro lamentable que hizo que me decepcionara de mí mismo. Fue una experiencia de disciplina, y me pesó mucho. Pensé: “¿Qué pasaría si alguien de la iglesia hubiera sido testigo de mi comportamiento?”. Me sentí avergonzado por no estar a la altura de mis más elevados ideales. Estaba casi tan preocupado por la opinión de los miembros sobre mí como por desobedecer el Sermón del Monte o los Diez Mandamientos.
Mientras luchaba para corregir mi comportamiento, me sentí aliviado de estar libre para encontrar la solución espiritual en privado con Dios. Llamé a un practicista de la Ciencia Cristiana para que me apoyara mediante la oración y expresé mi dolor por haberme comportado mal. Me recordó que mis palabras y emociones eran una indicación de mi arrepentimiento, pero el perdón y la verdadera libertad se producirían solo como resultado de que denunciara y destruyera el pecado que impulsaba mi comportamiento al comprender y abrazar mi verdadera naturaleza semejante a Dios.
Percibir un comportamiento equivocado es una oportunidad para expresar el afecto cristiano que fomenta el crecimiento del miembro valioso en la dirección correcta.
Mary Baker Eddy nos aconseja: “Por mucho que los afectos humanos anhelen perdonar la falta de un amigo y dejarla pasar fácilmente, no por eso podrá nuestra conmiseración expiar el error, promover el progreso individual, ni cambiar este decreto inmutable del Amor: ‘Guardad Mis mandamientos’. El galardón de la fe meritoria o de la fidelidad, radica en que estemos dispuestos a trabajar a solas con Dios y para Él —dispuestos a sufrir pacientemente por el error hasta que todo error sea destruido y Su vara y Su cayado nos consuelen” (Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 118).
Se me ocurrió que algunos Científicos Cristianos cometen errores frente a los miembros de su iglesia, mientras que los errores de otros pasan desapercibidos. A menudo, cuando los otros miembros son testigos de un error, eso puede aumentar el dolor del arrepentimiento y hacer que parezca más difícil sentirse perdonado. Esto se debe a que la Ciencia Cristiana establece una elevada norma moral para sus seguidores. Revela la perfección divina del hombre como la expresión de Dios y requiere que sigamos el ejemplo de Jesús al demostrar esta verdad en nuestra vida diaria.
A veces, este énfasis puede centrarse erróneamente en la personalidad y la expectativa de la perfección humana: una norma imposible de alcanzar. Pero ver a los demás como Dios los ve es percibir esa perfección espiritual de cada uno como la creación de Dios. Rechazar mental e impersonalmente el error opuesto que trata de argumentar que somos nosotros u otro es un acto que tiene su fuente en el Amor divino que corrige la creencia falsa.
Percibir un comportamiento equivocado en las acciones de otro es una oportunidad para expresar ese afecto a semejanza del Cristo que alienta y apoya el crecimiento del miembro valioso en la dirección correcta, tal como uno amaría y alentaría a un miembro de la familia que se ha equivocado, y como nos gusta a nosotros mismos ser alentados si cometemos un error. Al orar, escuchar y hacer un esfuerzo ferviente por nuestra cuenta para ser un ejemplo de bondad, cada uno de nosotros ofrece un modelo que ayuda a los demás a despertar a la necesidad de corregirse a uno mismo y al crecimiento espiritual. Y si un miembro necesita ser disciplinado de acuerdo con los estatutos de la iglesia, puede hacerse con amor y sin justificación propia o un deseo de castigar.
Al recordar cada una de estas lecciones morales, me doy cuenta de que el Amor divino me estaba invitando a hacer lo que Jesús hizo: conocer el hecho espiritual de nuestra perfección, no como personalidades mortales, sino como la expresión infinita, amada, inocente y siempre sabia de Dios.
“Jesús contemplaba en la Ciencia al hombre perfecto, que a él se le hacía aparente donde el hombre mortal y pecador se hace aparente a los mortales. En este hombre perfecto el Salvador veía la semejanza misma de Dios, y esta perspectiva correcta del hombre sanaba a los enfermos. Así Jesús enseñó que el reino de Dios está intacto, es universal, y que el hombre es puro y santo. El hombre no es una morada material para el Alma; es espiritual él mismo” (Ciencia y Salud, págs. 476-477).
Establecer esta verdad de nuestra naturaleza puramente espiritual nos permite ver lo que Dios ve en nosotros mismos y en los demás, sentirnos abrazados, valorados y defendidos de influencias erróneas que nos tentarían a desviarnos del rumbo. El Amor divino no sabotea Su propia obra ni descalifica a Sus devotos testigos. Él se regocija de Su creación, incluso el hombre, cuando declara: “Te he amado y tú eres fiel”. ¿Cómo podría ser de otra manera?
