“En la tierra paz, buena voluntad para con los hombres”.
Era una noche hermosa y pacífica de mi infancia. El cielo se estaba convirtiendo lentamente en una colcha estrellada que cubría mi parte del mundo. Mientras estaba sentada en una ladera, mirando las granjas y los bosques que rodeaban mi casa, respirando el aire con aroma a madreselva y con el brazo apoyado sobre mi perro, me vinieron esas palabras. Y tomé conciencia de que no estaban destinadas a un tiempo futuro y desconocido. Tampoco se limitaban a la era bíblica o a la época navideña. Más bien, son una promesa para aquí y ahora.
En la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana estaba aprendiendo que Dios es nuestro Progenitor divino omnipresente, omnisciente, todopoderoso y sabio, quien no solo hizo todo lo que fue hecho —incluidos cada uno de nosotros— sino que lo hizo bueno.
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