“En la tierra paz, buena voluntad para con los hombres”.
Era una noche hermosa y pacífica de mi infancia. El cielo se estaba convirtiendo lentamente en una colcha estrellada que cubría mi parte del mundo. Mientras estaba sentada en una ladera, mirando las granjas y los bosques que rodeaban mi casa, respirando el aire con aroma a madreselva y con el brazo apoyado sobre mi perro, me vinieron esas palabras. Y tomé conciencia de que no estaban destinadas a un tiempo futuro y desconocido. Tampoco se limitaban a la era bíblica o a la época navideña. Más bien, son una promesa para aquí y ahora.
En la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana estaba aprendiendo que Dios es nuestro Progenitor divino omnipresente, omnisciente, todopoderoso y sabio, quien no solo hizo todo lo que fue hecho —incluidos cada uno de nosotros— sino que lo hizo bueno.
¿Y alguien que creó y ama algo no querría mantenerlo a salvo?
¡Sí!
En mi iglesia, estas palabras de Mary Baker Eddy, quien descubrió la Ciencia Cristiana, adornan la pared delantera: “El Amor divino siempre ha respondido y siempre responderá a toda necesidad humana” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 494). La Biblia nos dice que Amor es otro nombre para Dios. Y este Amor divino vigila la creación, y satisface cada una de nuestras necesidades.
La paz y la buena voluntad son necesidades concretas. Dios está con nosotros en todo momento, y nos envía ángeles, o pensamientos espirituales que traen paz y buena voluntad. Pero experimentar tales resultados de manera más constante en nuestras actividades y relaciones cotidianas requiere algo de nosotros: receptividad al hecho espiritual de la supremacía de Dios, el bien.
Hace algunos años, mi familia se mudó a una nueva casa. Casi desde el principio, hubo problemas con uno de nuestros vecinos. Yo saludaba, pero él ni siquiera me miraba. Si hablábamos, por lo general las palabras eran duras y críticas.
Yo me decía a mí misma: “¿Cómo puedo esperar que todos en el mundo se lleven bien cuando me resulta difícil que hasta mi vecino de al lado sea simpático conmigo?”. Oré sobre esto de vez en cuando durante años. Nunca dejé de saludar. Nunca dejé de tratar de ser una buena vecina. Pero las cosas no cambiaban.
Un día, cansada de tratar de arreglar las cosas, mentalmente y de todo corazón me volví a Dios en oración. Lo que me vino fue que nada puede extinguir a Dios, el Amor divino, ni a las ideas del Amor. Dios es inmortal, permanente, omnipresente. A veces, como una nube esconde el sol, la ira o el resentimiento pueden oscurecer ese Amor en nuestro pensamiento. Pero jamás se puede extinguir.
Hay una salida de cada situación discordante que está por encima de toda planificación humana. Es una solución divina, revelada por el Principio divino. Me di cuenta de que tenía que abandonar toda voluntariedad respecto a cómo mejorar las cosas, y ver en cambio lo que ya estaba allí: el Amor divino y su expresión hermosa, tierna y armoniosa. Eso es lo único que realmente existe.
A partir de ese momento, la rudeza y la indiferencia dejaron de molestarme. Percibí que estas acciones no reflejaban el Amor divino y, por lo tanto, no ofrecían resistencia. No formaban parte de la verdadera naturaleza de nadie como hijo de Dios, porque por ser la imagen y semejanza del Amor divino, estamos hechos para expresar bondad y paciencia.
Una Navidad, mi esposo y yo preparamos unas bandejas con galletas para compartir con el vecindario. En el caso de este vecino en particular, intentamos varias veces llevarle una bandeja, pero nunca estaba en casa. Era tentador pensar: “¿Para qué nos vamos a molestar? De todos modos, no le caemos bien”, y simplemente comer las galletas. Sin embargo, en un momento dado, justo a la mitad del día, se me ocurrió llevarles las galletas en ese mismo minuto.
Uno de los vecinos me recibió en la puerta, bastante sorprendido, pero encantado con el obsequio. A partir de ese momento, la relación se volvió agradable; nos hablábamos, sonreíamos y saludábamos como si los años de indiferencia y aspereza nunca hubieran existido. Y en la realidad de Dios, nunca lo hicieron.
La Sra. Eddy escribe en su libro “No y Sí”: “En toda época y en todo clima la profecía: ‘En la tierra paz, buena voluntad para con los hombres’ debe ser el lema del cristianismo” (pág. 44). Mi experiencia con los vecinos no es nada en comparación con algunos de los problemas que enfrenta el mundo. Pero cada interacción en nuestras vidas tiene el potencial de enviar un efecto dominó de amor, paz y buena voluntad, y demuestra en cierta medida que la paz y la buena voluntad hacia todos son verdaderamente posibilidades presentes.
