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Espiritualizar el pensamiento pone nuestra experiencia de acuerdo con la realidad espiritual de que toda la creación de Dios, incluidas las ideas más elevadas de Dios, Sus hijos e hijas, es buena, armoniosa y saludable.

Mi pureza nunca puede ser invadida o corrompida, y “no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio” (2 Timoteo 1:7).

Por eso, cada vez que era tentado a sentirme resentido, revisaba el pensamiento y lo reemplazaba con gratitud por el bien que mi aparente enemigo y la situación difícil le hacían a mi crecimiento espiritual.

Mi deseo por la verdad había abierto mi pensamiento a una comprensión más elevada, y esa comprensión —esa consciencia divina— me había hecho libre.

Fue gratificante y una lección de humildad ver a los hombres que visitamos comenzar a vislumbrar que su verdadera naturaleza es adorable y amada.

Necesitamos separar de la consciencia todo lo que no exprese al hombre a la semejanza de Dios que Cristo Jesús ejemplificó.

Orar puede ayudarnos a escuchar los buenos pensamientos que siempre vienen de Dios, y esos pensamientos nos sanan.

Tenemos la ayuda que necesitamos para vencer el mal en cualquiera de sus formas al recurrir a Dios en busca de guía, protección y curación.

Los nombres de Dios nos ayudan a conocerlo mejor. Entonces podemos sentir a nuestro Padre-Madre Dios con nosotros siempre.

Dios nos juzga inocentes, íntegros, buenos, sanos y bendecidos. Este es un veredicto que todos podemos aceptar gustosamente.