Recientemente escuché a alguien contar una curación que tuvo mientras era atendido por un enfermero de la Ciencia Cristiana, y me hizo darme cuenta de cuán agradecida estoy por varias curaciones que he tenido con el apoyo de estos queridos hombres y mujeres del movimiento de la Ciencia Cristiana. Como el buen samaritano en la historia de Cristo Jesús en la Biblia, vinieron a donde yo estaba. En cada caso estaba sola y sentía que necesitaba mucho la atención que ellos brindan. Siempre he experimentado un enorme sentido de gratitud por su apoyo y los resultados que trae.
Una vez, cuando recién había llegado a una ciudad, tuve una dolorosa condición que me impedía estar de pie el tiempo suficiente como para prepararme una comida. Muy débil e imposibilitada de dormir, le pedí ayuda a un practicista de la Ciencia Cristiana, quien inmediatamente accedió a orar por mí. Al darme cuenta de que precisaba que alguien viniera a la casa donde me alojaba y me prestara ayuda, también me comuniqué con una enfermera de la Ciencia Cristiana. No la conocía a ella ni a nadie en la ciudad, excepto a familiares que no eran Científicos Cristianos. Llegó a las 2:00 de la madrugada y me preparó una comida. Luego me leyó de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy, y de las publicaciones periódicas de la Ciencia Cristiana. Me embargó una gran sensación de calma con la llegada de esta luz espiritual.
Temprano a la mañana siguiente, la enfermera de la Ciencia Cristiana tuvo que irse, pero sugirió un plan viable para las próximas 24 horas, el que incluía que mi hijo adulto se quedara conmigo esa noche. Estaba en vías de recuperarme cuando ella se fue, y completamente bien al día siguiente.
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