Hoy en día, un profundo anhelo de paz toca los corazones humanos en todas partes. Hace miles de años, los escritores de la Biblia también sintieron esta necesidad en su propia época e incluyeron muchas inspiradoras referencias a Dios trayendo paz a la vida de las personas. En el libro de los Salmos, por ejemplo, leemos: “El Señor dará fuerza a su pueblo; el Señor bendecirá a su pueblo con paz” (29:11, LBLA). Y más tarde, en el Nuevo Testamento, encontramos este saludo cerca del final de la Epístola a los Efesios: “Paz sea a los hermanos, y amor con fe, de Dios Padre y del Señor Jesucristo” (6:23).
A lo largo del Antiguo Testamento, la palabra hebrea utilizada para la paz es predominantemente šālôm, comúnmente traducida shalom en inglés. Esta paz no solo se refiere a la ausencia de conflicto entre individuos o naciones, sino que también apunta a la tranquilidad interior para cada uno de nosotros, una tranquilidad espiritual que incluye un genuino sentido de integridad o plenitud.
Las obras sanadoras de Jesús podrían considerarse actos supremos de shalom, de traer un renovado reconocimiento de la integridad de un individuo y tranquilidad espiritual a aquellos a quienes sanó. Pensemos, por ejemplo, en un hombre con lepra que había sido un paria en su propia comunidad debido al miedo generalizado a su enfermedad. O de la mujer que había experimentado severo sangrado durante 12 años y no había encontrado alivio por más que lo había intentado o cuánto dinero había gastado en busca de una cura. Cuando fueron sanados por el poder espiritual del Cristo —la idea divina de Dios que trae luz y gracia a la consciencia humana— estos individuos ciertamente deben de haber sentido no solo gratitud y alegría y una fe más firme en Dios, sino una profunda tranquilidad en el corazón.
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