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PARA JÓVENES

¿Necesitas una buena idea?

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 23 de octubre de 2023


Tenía un trabajo importante que debía entregar en cinco días, y no lo había comenzado. De hecho, ni siquiera tenía un tema. 

Mi profesor había distribuido una lista de opciones de temas, pero todos parecían oscuros o aburridos. No lograba elegir ninguno de ellos. 

A medida que se acercaba la hora cero, me daba cuenta de que llegaba el momento de hacer algo que debería haber hecho antes; algo que había hecho muchas veces como estudiante de la Ciencia Cristiana. En oración, me dirigí a Dios, la inteligencia infinita, en busca de ayuda.  

La primera idea que me vino mientras oraba fue parte de la explicación de Mary Baker Eddy de nuestra identidad espiritual en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “la compuesta idea de Dios, incluyendo todas las ideas correctas” (pág. 475). Se me ocurrió que la decisión sobre qué tema elegir era en sí misma una idea correcta, porque terminar mi trabajo era hacer lo correcto. Y según esa explicación, esa idea ya formaba parte de mí. Tenía que serlo. De lo contrario, yo estaría incompleto, y Dios no puede hacer nada ni nadie que esté incompleto.

Entonces, ¿por qué no podía elegir un tema? Me di cuenta de que esta era la pregunta equivocada, porque todavía suponía que la idea necesaria estaba en algún lugar fuera de mí, y que tenía que elegirla, encontrarla o esperarla. En realidad, no tenía que hacer ninguna de esas cosas. Lo que tenía que hacer era aceptar mi plenitud como la idea compuesta de Dios. 

No es diferente de lidiar con un problema de salud. El propósito de nuestra oración no es hacer que nuestro cuerpo se sienta mejor. Nuestra oración consiste en comprender más claramente que, como hijos de Dios, en realidad, ya somos completos y saludables. Del mismo modo, no tenía que orar para pensar o elegir algo que me faltaba; solo necesitaba saber que no me podía faltar nada, incluidas las ideas necesarias. 

Decididamente dejé de lado las preocupaciones sobre mis circunstancias: mi opinión sobre los temas, la presión del tiempo, las consecuencias de no entregar un documento, y así sucesivamente. Con creciente convicción, reclamé la verdad de mi plenitud como hijo de Dios e insistí en que ninguna ansiedad, preocupación, frustración o cualquier otro pensamiento negativo podía entrometerse o interferir con esa plenitud. Oré de esa manera por un tiempo, hasta que me sentí confiado y libre de preocupaciones.

Solo entonces me permití echar un vistazo a la lista de temas. De inmediato, uno me llamó la atención. Ya no parecía oscuro o aburrido, en cambio, sentí que era algo sobre lo que quería saber más. Me puse a trabajar de inmediato. Disfruté  al investigar y  escribir el artículo, lo entregué a tiempo y recibí una buena calificación.

Cuando se trata de la práctica de la Ciencia Cristiana no hay fórmulas. Pero este discernimiento básico —de que cada uno de nosotros incluye todas las ideas necesarias— fue muy útil para mí durante los  años en que permanecí en la universidad y la escuela de posgrado, y ha seguido siendo útil. Cualquier trabajo o situación en la que nos encontremos requiere una idea o un flujo de ideas. Y es reconfortante recordar que, por ser “la compuesta idea de Dios”, ya tenemos todas las ideas que se necesitan. 

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