P: ¿Cómo puedo dejar de basar mi valía en lo que otras personas piensan de mí?
R: Al final del bachillerato y durante toda la universidad, realmente me comprometí con la danza: tomé clases de ballet, actué en la producción anual de danza de mi universidad y mucho más. Me encantaba todo lo que hacía.
No obstante, me resultaba difícil compartir mi amor por la danza con personas desconocidas, porque tenía miedo de las reacciones y los comentarios desagradables que a veces recibía. Estas respuestas no me hicieron replantearme mi amor por la danza, pero sí sentir cierta incomodidad por quién era yo. Incluso después de graduarme de la universidad, todavía dudaba en compartir esta importante faceta de mi vida, por temor a lo que otros pudieran pensar.
Entonces, una noche, mientras viajaba en el extranjero, estaba en una fiesta cuando alguien me preguntó qué era lo que realmente me encantaba hacer. Hice una pausa nerviosa, pero mi prima irrumpió de inmediato: “¡A John le encanta bailar!”. La persona con la que estaba hablando quiso saber más, así que poco a poco comencé a contarle y la conversación terminó bien.
Después de la fiesta, mi prima me preguntó por qué no había respondido de inmediato. Cuando le expliqué, me dijo algo así como: “Bueno, eres quien eres, y nadie tiene derecho a opinar al respecto”.
Me quedé estupefacto por no haber pensado antes en esto de manera tan simple. Pero realmente me encantó lo feliz que me sentía de poder finalmente compartir mis intereses con toda libertad, y decidí explorar más profundamente lo que significaba estar contento conmigo mismo.
Durante este viaje, me comprometí a sumergirme diariamente en la Biblia y en los escritos de Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana. Ahora, con el tema clave “¿Quién soy yo?” grabado en el pensamiento, consideré lo que la Ciencia Cristiana tenía que decir sobre este tema.
Las promesas e invitaciones de la Biblia relacionadas con la identidad eran alentadoras y prácticas. He aquí algunas que aprecié especialmente:
“Dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza” (Génesis 1:26).
“¿No te lo he ordenado yo? ¡Sé fuerte y valiente! No temas ni te acobardes, porque el Señor tu Dios estará contigo dondequiera que vayas” (Josué 1:9, LBLA).
“Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Filipenses 2:13).
Lo que empecé a descubrir es que se nos da nuestra identidad y valía desde el principio. Lo que somos no es producto de las cosas que hacemos y de las opiniones que los demás tienen de nosotros; más bien, lo que somos es el fundamento de las cosas que hacemos y se mantiene independientemente de las opiniones que los demás tengan de nosotros.
Fue divertido y liberador darme cuenta de que las opiniones de los demás sobre mis intereses —y en realidad, sobre quién era yo en primer lugar— simplemente no tenían ninguna influencia sobre el hecho fundamental de mi identidad como hijo de Dios, Su propia imagen, o de Su maravilloso amor por mí. Esta libertad me abrió la puerta no solo para compartir mi amor por la danza, sino también para hacer amigos más fácilmente, compartir más cómodamente mi fe con los demás y apreciar y valorar más sinceramente los dones de otras personas.
Mucha gente cree que Dios nos ama a pesar de nuestros defectos y pecados. La Ciencia Cristiana ofrece una opinión diferente de nuestra relación con Él; a saber, que, como dice la Biblia, Dios es Amor y nos ha creado a Su propia imagen. Y puesto que Dios nos ama, debemos ser completamente dignos de ser amados: impecables. Si bien todos podemos reconocer áreas para mejorar, esas mejoras no cambian nuestra naturaleza fundamental creada por Dios. Es nuestra visión de nosotros mismos la que mejora junto con nuestra capacidad de actuar más fielmente de acuerdo con la forma en que Dios nos hizo. Nuestra valía a través de todo esto es una constante, ya sea que la reconozcamos o no, y ya sea que alguien más la reconozca o no.
Me encanta una de las formas en que la Sra. Eddy explica nuestra naturaleza esencial en su libro Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “El hombre no es Dios, mas como un rayo de luz que viene del sol, el hombre, el producto de Dios, refleja a Dios” (pág. 250). Existimos en toda nuestra bondad reflejada, porque Dios existe en toda Su bondad. Y aunque jamás podremos aumentar nuestra valía, podemos tener un mayor reconocimiento de esta a medida que aceptamos estos hechos espirituales.
Esto no es egoísmo. Es una invitación a considerar que, en lugar de tener que abrirse paso a través de las opiniones propias o las de los demás sobre ti, puedes comenzar desde una perspectiva que está por encima y más allá de cualquier sentido limitado de personalidad. Es una invitación a considerar lo que significa el amor de Dios, tanto por lo que eres como por la manera en que te ves a ti mismo. Este amor es digno de confianza e inmutable, ¡una base sólida para tu sentido de valía!
