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“Las zorras pequeñas” y seguir al Cristo

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 15 de diciembre de 2025


Parte de nuestro deber como seguidores de Cristo es nutrir nuestra espiritualidad, la luz de la Verdad y el Amor dentro de nosotros, para que pueda brillar sobre los demás y bendecirlos. Para cumplir con ese deber es vital estar alerta a esas pequeñas molestias que bloquearían esa luz. La Biblia se refiere a “las zorras pequeñas que arruinan nuestras viñas” con sus “tiernas uvas” (Cantar de los Cantares 2:15, KJV).

Para mí, este pasaje bíblico es un llamado a abordar los pequeños problemas de la vida diaria que pueden tentarnos a quejarnos o a ser críticos, o a sentirnos molestos o resentidos fácilmente. Si bien estas no son lo que consideraríamos fallas que alteran la vida, pueden dañar una relación, deteriorar nuestra opinión de los demás o producir como resultado una mentalidad irritable y llena de negatividad. 

Con el tiempo, estas pequeñas tentaciones erosionan la buena voluntad, la alegría y la salud. Pero aún más significativo, parecen ocultar la luz del Cristo que brilla en cada uno de nosotros para beneficio de los demás. Oscurecen el pensamiento humano para que las cualidades espirituales de Dios que sanan y bendicen —tales como la compasión, el perdón y la generosidad— parezcan estar ausentes. Complacer a estas “zorras pequeñas” es como arrojar barro a una ventana y luego preguntarse por qué la habitación está tan oscura.

Las uvas tiernas en la vid de las que habla el texto bíblico podrían representar el amor puro, sano y dulce que comparten las personas. Los malentendidos, si no se resuelven, posiblemente podrían surgir y devorar ese amor y confianza. Muy a menudo son las pequeñas preocupaciones las que estropean las cosas verdaderamente valiosas en una relación. Por lo tanto, la advertencia es tomar medidas preventivas para proteger este amor mutuo de cualquier cosa que pueda dañarlo.

Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana, nos alerta de esta necesidad cuando escribe: “En vista de que tenemos que lograr el ministerio de la justicia en todas las cosas, no debemos pasar por alto las pequeñeces en la bondad o en la maldad, porque ‘de menudencias está hecha la perfección’ y ‘las zorras pequeñas… echan a perder las viñas’”  (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 123).

El Cristo, la santidad que Jesús encarnó, nos permite “lograr el ministerio de la  justicia”. El Cristo siempre está activo en la consciencia humana, guiándonos individual y colectivamente por el camino de la salvación: nuestra libertad absoluta de toda consciencia y condiciones discordantes.

Un relato bíblico dice de nuestro Maestro: “Y toda la gente procuraba tocarle, porque poder salía de él y sanaba a todos” (Lucas 6:19). Era la bondad de Dios, que Jesús personificó, la que sanaba a los demás. La bondad, la ternura y el poder de Dios fluían a través de la conciencia benigna de Jesús y sanaban a todos dentro del radio de su pensamiento.  

En otra ocasión, una mujer que padecía de una hemorragia desde hacía mucho tiempo fue sanada sin que Jesús supiera quién había pedido ayuda. No obstante, él sintió la emanación del Amor divino, Dios, que fluía de él, y preguntó: “¿Quién es el que me ha tocado? Y negando todos, dijo Pedro y los que con él estaban: Maestro, la multitud te aprieta y oprime, y dices: ¿Quién es el que me ha tocado? Pero Jesús dijo: Alguien me ha tocado; porque yo he conocido que ha salido poder de mí” (Lucas 8:45, 46).

Esta virtud es mucho más que la bondad humana. Emana del Amor divino y es el poder y la luz de Dios que habita dentro de cada uno de nosotros. Es nuestra espiritualidad, que es preciosa y vital para nosotros y que no debemos permitir que sea perturbada por las minucias del drama de la experiencia humana; de lo contrario, esa luz parecería atenuada y la curación, frustrada, como aprendí en una ocasión. 

Acababa de comprometerme de todo corazón con la práctica de la Ciencia Cristiana, cuando tuve una pelea con una amiga. Yo estaba llena de justificación propia, ya que sentía que había sido útil al informarle acerca de un problema. Ella no estaba agradecida ni era receptiva a mi intento de ayudar, y el resentimiento y los sentimientos heridos proliferaban en ambas. También sentía una presión en el pecho que me preocupaba. 

Al principio, me negué obstinadamente a considerar la reconciliación. Pero pronto me di cuenta de que seguir a Cristo significaba orar para superar toda adversidad, ya sea emocional o física. Mientras oraba para superar los sentimientos negativos, recurrí al ejemplo de nuestro Maestro cuando la virtud había salido de él y la mujer había sido sanada. Me di cuenta de que, como Científica Cristiana dedicada a la curación, yo también necesitaba ser una transparencia clara que permitiera que la Verdad brillara a través de mí. De esta manera, todos con quienes entrara en contacto serían bendecidos. Esto significaba dejarlo todo por Cristo, incluidos los sentimientos heridos.

Mientras oraba en busca de una respuesta, mis ojos fueron abiertos al intento del magnetismo animal, la creencia de que existe un poder maligno capaz de malograr la espiritualidad, de perturbarme y hacer que me preocupe con amarga indignación y justificación propia. El mal rara vez se manifiesta como lo que es o lo que está tratando de hacer. Muchas veces se esconde como molestias menores que hieren nuestra sensibilidad y debilitan nuestra comprensión de Dios como el bien siempre presente.

Una vez que vi este malentendido entre mi amiga y yo como un intento flagrante de este error absurdo de dividir y vencer, lo rechacé sobre la base de la totalidad y la bondad de Dios. Pronto me encontré libre del resentimiento. Todos los malos sentimientos que se interponían entre mi amiga y yo se disolvieron y nos reconciliamos. El dolor en el pecho también se disolvió. Ahora no quedaba otra cosa más que el tierno amor que mi amiga y yo compartíamos.

A medida que elegimos seguir el ejemplo del Maestro y nos negamos a albergar la justificación propia, la autocompasión o la sensibilidad, descubrimos que los malentendidos, el dolor y el resentimiento se desvanecen del pensamiento y la experiencia.

Cuando vigilamos y nos defendemos concienzudamente a diario de las “zorras pequeñas”, estos astutos y sutiles intentos del error para malograr nuestra espiritualidad son frustrados, y encontramos que nuestro pensamiento está firmemente arraigado en el amor sanador de Dios y es más capaz de reflejarlo.

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