A lo largo de los años, a medida que he estudiado la Biblia a la luz de las enseñanzas de la Ciencia Cristiana, me he dado cuenta de que la pregunta “¿Qué haré hoy?” no es una mera pregunta ociosa. Es probable que mis decisiones sobre qué hacer tengan un efecto en mí y en las personas que conozco. Esto siempre ha sido cierto.
Tomemos, por ejemplo, la historia bíblica en la que un hombre le pregunta a Jesús: “¿Haciendo qué cosa heredaré la vida eterna?” Jesús responde preguntándole: “¿Qué está escrito en la ley?” y confirma su respuesta: “Amarás al Señor tu Dios… y a tu prójimo como a ti mismo” con: “Bien has respondido; haz esto, y vivirás” (véase Lucas 10:25-37). Pero cuando el hombre pregunta: “¿Quién es mi prójimo?” Jesús comparte una parábola sobre un viajero que es golpeado, robado y abandonado a un lado del camino. Un sacerdote y un levita pasan sin detenerse, pero un samaritano se detiene, atiende las heridas del hombre y lo lleva a una posada cercana, donde puede ser atendido.
Cuando Jesús le pregunta quién era el “prójimo” del viajero, el hombre responde: “El que usó de misericordia con él”. Jesús luego le instruye: “Ve, y haz tú lo mismo”.
Recuerda, la pregunta original del hombre era: “¿Haciendo qué cosa heredaré la vida eterna?”. Y la respuesta de Jesús fue, esencialmente: Ayuda a alguien que necesita ayuda. Si el samaritano de la parábola se hubiera preguntado esa mañana: “¿Qué haré hoy?”, probablemente no habría respondido: “Creo que cuidaré a un hombre herido que encuentre en el camino”, sin embargo, claramente él estaba listo y dispuesto a responder con compasión cuando surgiera la situación. A través de esta enseñanza, Cristo Jesús dejó en claro que el cuidado de los demás —satisfacer las necesidades inmediatas de las personas— es algo que debemos hacer.
Hace algún tiempo, estaba jugando a la pelota con algunos amigos. Cuando uno de ellos se cayó y sintió un gran dolor y casi no podía mover el hombro, me pidió que llamara a una ambulancia. Por supuesto que hice la llamada, pero al mismo tiempo, oré para que Dios me mostrara cómo podía ayudarlo de la mejor manera.
De inmediato, me vino el siguiente pensamiento: Él “descubrirá que él no ha caído, que es íntegro, puro y libre”. Reconocí esto como parte de una declaración en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, escrito por Mary Baker Eddy: “Por medio del discernimiento del opuesto espiritual de la materialidad, o sea, el camino mediante Cristo, la Verdad, el hombre reabrirá con la llave de la Ciencia divina las puertas del Paraíso que las creencias humanas han cerrado y descubrirá que él no ha caído, que es íntegro, puro y libre, …” (pág. 171). Mi amigo no había pedido tratamiento de la Ciencia Cristiana, así que no estaba orando específicamente por él, pero esto elevó mi propio pensamiento acerca de mi amigo y la situación. Años antes, yo había sufrido una lesión similar en el hombro. En ese caso, la oración había resultado en que mi hombro volviera a su lugar, así que sabía que este tipo de lesión podía sanarse a través de la oración.
Mientras oraba, me sentí guiado a compartir algunas palabras de aliento con mi amigo. Justo después de esto, hubo un cambio en su hombro y me dijo que el dolor había desaparecido casi por completo. Los profesionales médicos que habíamos llamado vinieron y lo llevaron a un hospital local, donde le dijeron que parecía que su hombro se había dislocado, pero que ahora estaba bien. No necesitó ningún tratamiento médico y estuvo libre de irse a casa.
Esta experiencia me hizo dar cuenta de que podíamos ser llamados a ayudar a alguien en cualquier momento, en cualquier situación, ya sea un amigo o familiar o incluso alguien que no conocemos o con quien no tenemos una relación continua, como en el caso del samaritano.
Los Estatutos de La Primera Iglesia de Cristo, Científico, incluyen “Alerta al Deber”, que dice: “Será deber de todo miembro de esta Iglesia defenderse a diario de toda sugestión mental agresiva, y no dejarse inducir a olvido o negligencia en cuanto a su deber para con Dios, para con su Guía y para con la humanidad” (Mary Baker Eddy, Manual de La Iglesia Madre, pág. 42). Al pensar en cómo cumplir con este requisito, me he dado cuenta de que mi deber para con la humanidad es el mismo que Jesús recomendó en su parábola del buen samaritano.
Creo sinceramente en la promesa de Jesús de que aquellos que son obedientes a sus enseñanzas experimentarán la vida eterna. ¿Qué haré hoy? Bueno, sea lo que sea, espero y oro para estar alerta y consciente de las personas necesitadas que me rodean, para reconocer las formas en que puedo ser de ayuda y para compartir algo de la promesa y la bendición de Cristo cada día.
