“Las señales y las maravillas que el Dios Altísimo ha hecho conmigo, conviene que yo las publique” (Daniel 4:2). En cierta ocasión mientras acarreaba agua para dar de beber a mi caballo que pastoreaba en un campo de pasto verde y fresco, decidí cortar camino y en el cual debía atravesar un enmohecido alambrado de púa. Una de las púas me penetró en una pierna perforándome una vena de la cual perdí rápidamente mucha sangre. Al primer momento me sentí embargada por la aprensión, pensando que a lo mejor el alambre herrumbrado podría ser peligroso. Al momento refuté este pensamiento erróneo, me lavé la pierna y no dije nada a nadie respecto al incidente.
Pasó una semana, y como de costumbre caminé mucho, sin sentir molestia alguna. Luego salí de vacaciones y durante el viaje que fué de ochocientas millas comencé a sentir dolores toda vez que caminaba. No mencioné este hecho a mis acompañantes, pero me esforcé por percibir la verdad absoluta.
Cuando llegamos a nuestro destino era ya obscuro, y nadie notó cuán difícil me era caminar. El gozo y la gratitud me habían acompañado durante todo el viaje. Sin embargo al otro día era evidente que se había desarrollado una toxemia. No me podía levantar, y tanto era el dolor que sentía que ni me era posible gobernar mis pensamientos correctamente.
Aquellos que me rodeaban me leían en voz alta de nuestros libros de texto — la Biblia, y Ciencia y Salud por Mrs. Eddy — noche y día. Se pidió ayuda a una practicista de la Christian Science y el tratamiento en ausencia me fué suministrado durante una semana. No obstante el dolor no menguó, y los síntomas de trismo se hicieron evidentes. A pedido de mi esposo la practicista hizo el viaje para venir a verme, y se quedó conmigo unos días. Una enfermera de la Christian Science también estuvo a mi lado alentándome y atendiéndome valientemente.
La lucha fué tremenda, y sólo mediante la constante declaración de la verdad y un amor hacia Dios puro, fiel y gozoso fueron silenciadas las leyes materiales. Durante algún tiempo mi único deseo fué dormir, viéndome atormentada por las sugestiones de que jamás vería a mis seres queridos otra vez. Un día la enfermera me leyó con fe absoluta del Himnario de la Christian Science, que ahora se publica en alemán, la primera estrofa del himno N°. 412:
Oh soñador, despierta de tus sueños,
levántate, cautivo, libre ya;
que el Cristo rasga del error el velo
y de prisión los lazos romperá.
Estas imperiosas palabras sanadoras expresaban en verdad el poder del Cristo, y yo sentí al momento la presencia del gozo y la vida. Después de eso pude sentarme y más tarde salir a caminar un poco todos los días. Tuve recaídas de vez en cuando; pero el apoyo fiel y devoto de la practicista que se me había suministrado desde el principio silenció por completo las sugestiones del error. Hoy expreso salud, actividad ininterrumpida, gozo y gratitud. “Te ensalzaré, oh Jehová, porque tú me has alzado” (Salmo 30:1).— Buenos Aires, Argentina.