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La permanencia de la paz

Del número de julio de 1959 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Christian Science Monitor


La paz es la esencia de la armonía, el corazón y el alma de la unidad, la recompensa de la benevolencia. Bajo la influencia benigna de la paz, las pasiones y agitaciones antagónicas se disipan y la tranquilidad que debiera animar la experiencia humana es restaurada.

Cristo Jesús, de cuyas enseñanzas recibe su autoridad la Christian Science, enseñó que sólo la manera espiritual de vivir y pensar aporta la recompensa de la paz. Sus alentadoras palabras tal como aparecen en el evangelio según San Juan son una eterna promesa (Juan 14:27): “La paz os dejo; mi paz os doy; no según da el mundo, yo os la doy.” Jesús sabía que el mundo, con su fe en la materialidad y su confianza en lo físico, puede proveer sólo una sensación temporal e inestable de paz, que en cualquier momento puede ser destruida por circunstancias que aparentemente no pueden ser controladas.

El más leve toque de voluntad personal, el más ligero infortunio puede y a veces destruye las breves treguas dictadas por las circunstancias o la conveniencia. La paz del Cristo, no obstante, es perpetua, pues está basada sobre la comprensión esclarecida, sobre la revelación que el hombre y el universo están eternamente bajo el gobierno de Dios, el Amor divino.

La Christian Science, que fué descubierta y fundada por Mary Baker Eddy, enseña que la paz verdadera no es ni insegura ni inestable. En “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras,” Mrs. Eddy escribe (pág. 264): “Una vida espiritualizada y la bienaventuranza espiritual son las únicas señales por las cuales podemos reconocer la existencia verdadera y sentir la paz inefable que emana de un amor espiritual que lo absorbe todo.”

Aquí tenemos de verdad la paz que otorga Dios. Sus raíces están en el amor espiritual y su fruto es el consuelo del Cristo, que trae la regeneración y la curación a la humanidad. Los elementos que resisten, tales como la malicia, la terquedad o el temor, no pueden desafiar el propósito sagrado de Dios de la armonía, el gozo y la salud para Sus hijos o retirar la mano de la omnipotencia llena de bendiciones para toda la creación.

Aquel cuyo corazón palpita con amor desinteresado por todos los hombres tiene paz consigo mismo y con el mundo. Cuando manifestamos la consciencia del Cristo y aceptamos las promesas hechas por él, no podemos desmayar ante las presentaciones guerreras de la mortalidad, que engendran odio y conflictos. El Amor divino expulsará del pensamiento sincero todo aquello que sea extraño a la manera de vivir gobernada por el Cristo.

Aquel que comprende la totalidad y el poder del Amor, sabe que ningún elemento humano puede invadir su consciencia y ahogar la inspiración espiritual que revela la perfección como la fuente y el medio ambiente únicos del hombre verdadero, hecho a la imagen y semejanza de Dios, tal como lo relata la Biblia. Del resplandor infinito del pensamiento que se expande espiritualmente sólo puede fluir la bendición de la paz, la buena voluntad y la curación. Ningún propósito sinistro del mal puede obstaculizar o derrotar a los propósitos sabios, progresivos y benevolentes de la paz.

El Apóstol Pablo aconsejó a la iglesia de Roma lo siguiente (Romanos 14:19): “Así pues, sigamos las cosas que promueven la paz, y aquellas por las cuales podremos edificarnos mutuamente.” En la proporción en que los individuos son consecuentes en la expresión de los elementos de paz, tales como la tolerancia, la compasión, la integridad y la subiduría, y a medida que cada uno se vea animado en medida siempre mayor de un deseo desinteresado de mejorar y elevar a la humanidad mediante la educación espiritual, podrá el mundo entero recibir los beneficios de la armonía duradera. Sólo mediante los canales del amor fraternal puede ser demostrada la permanencia de la paz como algo universal y perfecto.

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