Qué sensación de libertad tan reconfortante sentimos cuando comprendemos que Dios es la Vida infinita y perfecta, y que nuestro ser verdadero es el reflejo de la perfección inalterable. En razón de que el universo real refleja la perfección de Dios, nada existe que pueda envejecer. El Espíritu y las cosas espirituales son siempre nuevas, puesto que en su perfección eterna no puede haber deterioración. El rocío y la frescura de la mañana, el canto gozoso de los pájaros, el color y la fragancia gloriosa de las flores y los árboles frutales en flor, nos insinúan la frescura de la belleza eterna del universo espiritual.
La comprensión por pequeña que sea de la perfección inmutable y la novedad eterna de la vida nos eleva por sobre las creencias mortales del tiempo, el cambio y la limitación, de modo que sentimos la libertad y el gozo del verdadero ser. Esta comprensión nos depara una maravillosa sensación de vitalidad, fuerza y vigor.
La realización de la perfección eterna del ser es el poder del Cristo, que disipa aquello que constituye el ser mortal con sus creencias falsas y de ese modo nos ayuda a reconocer que el hombre es inmortal, siempre consciente de la perfección eterna y manifestando eternamente la novedad del ser.
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