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Novedad eterna

Del número de julio de 1959 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Qué sensación de libertad tan reconfortante sentimos cuando comprendemos que Dios es la Vida infinita y perfecta, y que nuestro ser verdadero es el reflejo de la perfección inalterable. En razón de que el universo real refleja la perfección de Dios, nada existe que pueda envejecer. El Espíritu y las cosas espirituales son siempre nuevas, puesto que en su perfección eterna no puede haber deterioración. El rocío y la frescura de la mañana, el canto gozoso de los pájaros, el color y la fragancia gloriosa de las flores y los árboles frutales en flor, nos insinúan la frescura de la belleza eterna del universo espiritual.

La comprensión por pequeña que sea de la perfección inmutable y la novedad eterna de la vida nos eleva por sobre las creencias mortales del tiempo, el cambio y la limitación, de modo que sentimos la libertad y el gozo del verdadero ser. Esta comprensión nos depara una maravillosa sensación de vitalidad, fuerza y vigor.

La realización de la perfección eterna del ser es el poder del Cristo, que disipa aquello que constituye el ser mortal con sus creencias falsas y de ese modo nos ayuda a reconocer que el hombre es inmortal, siempre consciente de la perfección eterna y manifestando eternamente la novedad del ser.

Compramos un automóvil nuevo. A los pocos meses ya no se le considera nuevo. Lo mismo sucede con todo aquello que es material. ¡Cuán diverso es lo espiritual con su novedad eterna! Cuando aceptamos nuestro estado espiritual como parte del universo perfecto e inalterable, seguimos adelante con un entusiasmo y un gozo que ninguna creencia falsa puede empañar.

En el libro de Josué leemos que cuando Caleb contaba ochenta y cinco años, al hablar de una época cuarenta y cinco años antes, dijo (14:11): “Todavía estoy tan fuerte el día de hoy, como estaba en aquel día en que Moisés me envió: cual era mi fuerza entonces, así es mi fuerza ahora.” Acerca de Moisés la Biblia dice que cuando tenía ciento veinte años “su vista no fué ofuscada, ni se había debilitado su vigor” (Deuteronomio 34:7). El conocimiento que Moisés poseía de Dios como la Vida perfecta e inalterable lo mantuvo elevado por sobre las teorías de la edad, la inutilidad y la decrepitud. Aquel que se halla consciente de la Vida como el Principio inmutable y vive de acuerdo con el hecho que el hombre es la expresión del Principio, avanza en la demostración de la fuerza, la vitalidad y la habilidad inalterables.

La enfermedad pretende privarnos de la frescura y lozanía del gozo, el vigor y la libertad, pero la enfermedad es sólo la sombra del sueño despierto, que se ve disipado por la idea verdadera de la Vida como el Espíritu, invariable, jamás discordante, por siempre armonioso y perfecto. La salud es un hecho eterno, puesto que la Vida es el Principio perfecto e invariable. Si el error nos está hablando de enfermedad, veamos esto como una de las fábulas de la mente mortal. Volvámonos a la Verdad que el hombre es siempre la expresión del Espíritu totalmente armonioso, la Vida perfecta. Un solo momento de realización de la Vida como el Espíritu y de toda realidad como en y del Espíritu perfecto lo eleva a uno a un concepto del ser que se asemeja más a la verdad.

Isaías escribió (40:30, 31): “Aun los mancebos desfallecerán y se cansarán, y los guerreros escogidos caerán por completo. Pero los que esperan a Jehová adquirirán nuevas fuerzas; se remontarán con alas, como águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no desfallecerán.” Estas palabras nos hacen pensar en aquellas de nuestra amada Guía, Mary Baker Eddy, que aparecen en “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” (pág. 249): “Sintamos la energía divina del Espíritu, llevándonos a renovación de vida, sin reconocer ningún poder mortal o material como capaz de destruir cosa alguna.”

Meditar acerca del hecho de que uno es en realidad inmortal aporta al hombre gran gozo. “La inmortalidad,” escribe Mrs. Eddy (ibid., pág. 247), “exenta de vejez o decaimiento, tiene su gloria propia,— el resplandor del Alma.” Este es nuestro verdadero estado: el hombre inmortal que no está consciente del tiempo o el cambio, que percibe sólo el cálculo infinito del Alma. Nos sentimos inspirados cuando nos conocemos a nosotros mismos como expresando siempre la hermosura, la felicidad y la libertad gloriosas del Alma.

Cuando el hecho pertinente de que la Vida es perfecta, el Principio perfecto e invariable, el Uno “todo amable,” primero se reveló al pensamiento de un estudioso de la Christian Science, esta verdad le pareció tan hermosa, tan maravillosa, que meditó acerca de ella muchas veces durante ese día. Al otro día y aquellos que le sucedieron hizo lo mismo — la belleza y la maravilla de la novedad eterna del ser continuaban presentándosele al pensamiento, y se sintió agradecido que la belleza es la verdad en cuanto a todo lo que existe en el universo infinito de Dios. Siguió manteniendo en su pensamiento la perfección invariable del ser. Ya que nuestro cuerpo es gobernado por nuestro pensamiento, el meditar acerca de la eterna novedad del ser operó un cambio en su apariencia exterior y acción.

Algunos años después de esta primera visión de la eterna novedad del ser, se hizo socio de un club de tenis. Un día uno de los socios de ese club le dijo: “Los otros días un grupo de nosotros estaba hablando de usted, y el asunto de su edad fué mencionado; todos tratamos de adivinar qué edad tenía usted.” Y entonces se dispuso a decirle al Científico Cristiano lo que habían adivinado, y le dijo: “Aquellos que lo creyeron mayor lo hicieron debido a su cabello canoso. Aquellos que lo creían más joven lo hicieron en razón de su rostro que aparece joven y por su agilidad y fortaleza.” Los que le daban más edad calcularon que contaba catorce años menos de los que en realidad tenía, y el grupo que lo creía más joven, veintitrés años menos.

Aceptemos pues el hecho que nuestra individualidad es espiritual y eterna; que no estamos hechos de la tal llamada substancia material, pero sí de las cualidades espirituales perfectas e invariables. Día a día podemos seguir adelante con la convicción de que somos espirituales y sempiternos. Mrs. Eddy escribe en las páginas 42 y 43 de Unity of Good (Unidad del Bien): “La Verdad, desafiante del error o la materia, es Ciencia, que disipa un sentido falso y guía al hombre al verdadero sentido de sí mismo y de la naturaleza de Dios; en el cual lo mortal no desarrolla lo inmortal, ni lo material lo espiritual, mas en el cual el hombre y la mujer verdaderos se manifiestan en el resplandor del ser eterno y sus perfecciones invariables e inalterables.”

Pablo, al hablar a los romanos acerca de Cristo Jesús, dijo (Romanos 6:4): “De la manera que Cristo fué resucitado de entre los muertos, por el glorioso poder del Padre, así también nosotros anduviésemos en la virtud de una vida nueva.” Aceptando sin reservas la perfección del ser, nosotros también andamos “en la virtud de una vida nueva.”

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