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Cuando nuestra hijita contaba...

Del número de enero de 1960 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando nuestra hijita contaba cuatro meses se vió atacada de bronconeumonía. Nuestro médico nos había hecho varias visitas pero la niña empeoraba en vez de mejorar. A ese punto el médico muy bondadosamente me informó que no podía hacerse nada más por ella. Una vecina nuestra había experimentado recientemente una curación mediante la Christian Science; así es que como último recurso la llamé. Ella me dió el número del teléfono de una practicista de la Christian Science que le había ayudado a ella.

Cuando llamé a la practicista, ella me respondió confiadamente: “Con mucho gusto le ayudaré.” En menos de media hora el bebé dormía profundamente y su respiración era normal. Cuando despertó seis horas más tarde la fiebre había desaparecido y la pequeña se hallaba perfectamente bien. Este experiencia fué un milagro para mí. Pedí prestado un ejemplar de “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” por Mary Baker Eddy, y comencé a leerlo para descubrir cómo había sido sanada nuestra hijita. Cuando leí la primera frase del capítulo sobre La Oración me percaté que había hallado una religión de resultados prácticos y la cual había estado deseando hacía mucho tiempo.

Durante la crianza de cuatro niños he sido testigo de curas rápidas y permanentes de sarampión, viruela, crup e impétigo. En una ocasión nuestro pequeño hijo volvió a casa de la escuela con fiebre escarlatina, y por lo cual fué necesario informar a las autoridades sanitarias de la ciudad. El médico que diagnosticó el caso quiso darle una inyección. Amablemente pero al mismo tiempo enfáticamente nos rehusamos a acceder a esto. Cuando el letrero que indicaba cuarentena iba a ser quitado de nuestra casa, el mismo médico vino y pidió examinar al niño antes de permitirle volver al colegio. Después de examinarlo cuidadosamente y habiendo llenado una tarjeta que el niño debía llevar a la escuela, el médico dijo: “No sé si se da cuenta cuán agradecida debe estar usted.” Le aseguré que lo estaba, y él continuó diciendo: “Jamás he visto un caso tan grave como lo era este que no dejase algún rastro, pero este niño está perfectamente bien en todo sentido.”

Cuando este mismo niño asistía a la escuela superior, un día fué traído a casa pues se hallaba sufriendo de un agudo ataque de apendicitis. Llamé inmediatamente a un practicista y en pocas horas el muchacho descansaba tranquilo. A la mañana siguiente continuó dándosele tratamiento ya que tanto en su pensamiento como en el mío seguía albergándose algo de temor. Poco después se levantó y anduvo por la casa. Al otro día volvió a la escuela y por la tarde se presentó al entrenamiento del cuadro de fútbol. Esto sucedió hace once años, sin que este disturbio se haya vuelto a repetir.

Mientras una hermana mía alojaba con nosotros enfermó del corazón. Después que un inminente especialista de enfermedades del corazón le hubo informado que no podría trabajar más, ella me hizo llamar a un practicista de la Christian Science. Como resultado de la ayuda que ella ricibió ha permanecido en excelente estado de salud durante veintiún años y es más activa que la mayoría de las personas. Las palabras no pueden expresar adecuadamente mi gratitud a Mrs. Eddy por habernos dado la Christian Science. —

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