“La imagen del Espíritu no puede ser borrada, ya que es la idea de la Verdad y no cambia, sino que se presenta más clara y bella al fallecer el error.” Estas palabras que aparecen en la página 543 en la obra “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” por Mary Baker Eddy, iluminan el hecho que, no obstante las apariencias sostengan lo contrario, el hombre permanece por siempre “la imagen del Espíritu.”
Cuando la autora de este artículo comenzó el estudio de la Christian Science, el hombre aparentaba ser para ella una personalidad finita. Sólo gradualmente comprendió que la creencia en la realidad del pecado, la enfermedad, la pena y la carencia carece de poder alguno para tocar o destruir “la imagen del Espíritu.”
Por muy impenetrables que fueran la niebla y las nubes, no pueden cambiar una montaña, aun cuando momentáneamente la obscurezcan de nuestra vista. Estas pueden ser asemejadas a los pensamientos erróneos: por ejemplo, la creencia falsa que el hombre vive separado de Dios. Pero la Christian Science ha hecho posible que los hombres reemplacen los pensamientos erróneos o nebulosos con aquellos que son pensamientos positivos y correctos. A medida que llenamos nuestra consciencia con pensamientos afectuosos de la verdad, ellos comienzan a expeler la niebla del error.
Así como un rayo del sol no puede producir luz por voluntad propia, ni puede elegir su propia posición, así el hombre, como imagen y semejanza de Dios, sólo puede expresar aquello que Dios desea que exprese. En vista de que Dios es el bien absoluto, la causa única, el bien absoluto es el Principio que gobierna a la creación. El hombre no tiene la responsabilidad de su vida y su salud; como emanación del Espíritu recibe vida, armonía, abundancia y amor ininterrumpidos de la fuente de toda la vida, Dios.
El sentido personal y material está siempre tentándonos a que creamos en la existencia dual o doble, a decir, en la coexistencia del bien y el mal en el hombre. Esta es la mentira original concerniente al hombre, “la imagen del Espíritu,” y debe ser consecuentemente refutada. En vista de que un matemático no puede en ninguna circunstancia aceptar un cálculo erróneo si el resultado final de su problema ha de ser correcto, tampoco podemos nosotros admitir como realidad un sentido falso acerca de nosotros mismos o nuestro vecino; pues si lo hacemos las conclusiones falsas se expresarán inevitablemente en nuestras vidas.
Declarando silenciosamente la verdad respecto al hombre y refutando la mentira guían hacia la curación. Esta manera de pensar es muy simple, aunque para algunos puede que aparezca difícil de seguir. A lo mejor piensan que deben abandonar mucho a lo cual están habituados o aquello que les es querido. Pero examinándolo mejor hallan que sólo se les pide que abandonen sus malos hábitos de modo de pensar y sus ilusiones concernientes a los goces y sufrimientos de este mundo, puesto que estas cosas temporales no pueden de ningún modo aprovecharles.
Mrs. Eddy habla de “la imagen del Espíritu” como la idea de la Verdad que jamás cambia, pero “que se presenta más clara y bella al fallecer el error.” La idea de la Verdad queda revelada no mediante el mejoramiento de “la imagen del Espíritu” o ninguna adición a ella, sino “al fallecer el error.” El concepto erróneo de una existencia aparte de Dios obscurece “la imagen del Espíritu” pero no puede cambiarla. Una vida dura es una creencia a la cual nos aferramos a veces y resulta de nuestra renuencia de encomendar nuestras cargas a Dios. El Maestro dijo (Mateo 11:28): “¡Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os daré descanso!”
Esta afectuosa invitación es extendida en cualquier circunstancia a todos los hombres. Y sin embargo a menudo aparece como si esta invitación divina se enfrentara con la irritación y el rechazamiento. Mrs. Eddy desvela al error en Ciencia y Salud. Allí ella dice (pág. 53): “La Ciencia muestra la causa del choque tan frecuentemente producido por la verdad,— a saber, que este choque resulta de la gran distancia que hay entre el individuo y la Verdad.” Los malos hábitos, el egoísmo, la arrogancia y la apatía resisten al influjo de la verdad que presagia su fin. Cuanto más sea la distancia que exista entre el individuo y la Verdad, tanto más tiempo permanecerá humeante el error; pero nadie debería dejarse disuadir de aferrarse firmemente a la verdad, en vista de que la consciencia divina es y permanece como la única consciencia reflejada por el hombre.
“La imagen del Espíritu” es el reflejo individual de la perfección divina. El error desearía argüir que cada uno de nosotros puede ser reemplazado y que uno más o menos es de poca importancia; en tanto que el hecho divino es que no se puede prescindir de ninguna de las ideas de Dios si es que la creación ha de expresar la integridad de Dios. Una comprensión de esta verdad nos capacita para demostrar una habilidad uniforme y nos revela que somos indispensables.
Algunas personas hallan difícil trastocar el testimonio de la mente mortal y aferrar el pensamiento a la verdad respecto a la creación. Quizás podría serles de ayuda el que se preguntasen qué pensamientos son los que abrigan acerca de sus compañeros. Posiblemente les sorprendería hallar cuán lejos están de la obediencia al mandamiento de contemplar a aquellos que le están cerca como en realidad “la imagen del Espíritu.” Demanda coraje el resolverse a que ni la ofensa ni la sensibilidad personales nos puede detener en nuestras declaraciones de la verdad concerniente al hombre, y la persistencia poco a poco hará desvanecer la imagen falsa de nuestro pensamiento. Como resultado natural, nuestras relaciones con aquellos a nuestro alrededor sufrirán un mejoramiento.
El apóstol Pablo ha descrito la aparición de la imagen espiritual en estas palabras (II Corintios 3: 18): “Nosotros todos, con rostro descubierto, mirando como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados en la misma semejanza, de gloria en gloria, así como por el Espíritu del Señor.” La experiencia que nos aguarda es una de gozo si es que persistentemente nos alineamos al lado de Dios refutándonos de reconocer al acusador, o sea la mente mortal. La gran paz en la cual no puede introducirse el temor aparece en la consciencia humana cuando contemplamos “la imagen del Espíritu” como la única entidad del hombre.