Los estudiosos de la Biblia y de los escritos de Mrs. Eddy adquieren la seguridad de que la muerte no es ni una finalidad ni por cierto una realidad, pero sólo una mentira o decepción que debe ser vencida aquí o en el más allá, mediante la comprensión de que Dios es la vida del hombre.
A cada uno de nosotros se nos presenta tarde o temprano la oportunidad de hacer práctica esta comprensión. A menudo la partida de nuestros seres queridos nos hace tornar espontáneamente a Dios, el Amor divino. “Entonces,” nos dice Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Christian ScienceNombre que Mary Baker Eddy dió a su descubrimiento (pronunciado Crischan Sáiens). La traducción literal de estas dos palabras es “Ciencia Cristiana”., en “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” (pág. 322), “empezamos a conocer la Vida en la Ciencia divina.”
La palabra “muerte,” dice un diccionario, significa “cesación o término de la vida,” lo cual es imposible según la Christian Science, en vista de que la Vida, Dios, es eterna y jamás puede cesar para el hombre, la imagen divina.
Desde su niñez le fué enseñado a la que esto escribe a comparar la experiencia de la muerte con aquella de pasar de una habitación a otra dentro de una casa. Se le explicó que no estamos preocupados por aquellos que están en la habitación contigua aunque no los veamos o estemos en comunicación con ellos. Sabemos que nada les ha ocurrido o dañado; no nos embarga el pesar porque no hayan permanecido a nuestro lado. Por cierto que todos los que habitan en la casa viven bajo el mismo techo; el mismo calor y protección se hallan disponibles para todos, y cada uno continúa cumpliendo con la tarea que se le ha asignado. Este concepto ha sido puesto a prueba en la experiencia de la autora.
En la página 251 de Ciencia y Salud leemos lo siguiente: “En la ilusión de la muerte, los mortales se despiertan al conocimiento de dos verdades: 1° que no están muertos; 2° que sólo han pasado por los umbrales de una nueva creencia.” Percibiendo que las creencias de la edad avanzada, la enfermedad o los accidentes no han destruido su ser verdadero, el individuo despierta de la creencia que ha fallecido.
Los tal llamados muertos no se han trasladado en realidad a ninguna parte. Su entidad verdadera, siendo espiritual, existe eternamente. Cada idea mora, tal como nosotros, en la casa del Padre, amparada y confortada por Su presencia, segura en Su tierno y afectuoso amor. Todos debemos progresar individualmente hacia la misma meta, hacia la comprensión del ser perfecto, indestructible y espiritual del hombre.
En su obra Unity of Good (Unidad del bien, pág. 2) Mrs. Eddy dice: “El hombre verdadero, realmente salvado, está pronto a declarar acerca de Dios en la penetración infinita de la Verdad, y puede afirmar que la Mente que es el bien, o sea Dios, no conoce el pecado.” Y un poco más adelante ella añade: “De acuerdo a esta misma regla, en la Ciencia divina, los moribundos — si mueren en el Señor — despiertan del concepto de la muerte a uno de Vida en Cristo, con un conocimiento de la Verdad y el Amor mucho mayor del que poseían anteriormente.” Nuestra Guía, Mrs. Eddy, explica después (ibid., págs 2, 3): “Aquellos que alcanzan esta transición, llamada muerte, sin antes haber mejorado las lecciones de esta escuela primaria de la existencia mortal,— y que aún creen en la realidad, los placeres y los dolores de la materia, — no están todavía listos para comprender la inmoralidad.”
Siendo esto la verdad, todos debemos aprender a percibir la nada de las pretensiones de la materia y que todo está incluido en la Vida divina, en la cual no existen ni el pesar ni la muerte.
El hombre jamás está solo, puesto que Dios y el hombre siempre están unidos. Por lo tanto el hombre es inseparable de todo lo bueno, y de la abundante provisión de ideas divinas que hacen frente a cualquier necesidad humana. Un buen remedio para el pesar es dirigir nuestro pensamiento hacia los demás con el amor desinteresado que bendice a todos, y que a su vez nos bendecirá a nosotros mismos.
No es la mera simpatía humana lo que deseamos; lo que queremos es la comprensión de que la muerte en realidad no es nada. El concepto de que los asuntos humanos han cambiado debe ceder ante la realización del estado espiritual invariable del hombre; el sentido de la pérdida debe ser suplantado por la comprensión de que Dios lo da todo y que el hombre, que todo lo posee, es por siempre completo. La conmiseración propia debe ser reemplazada por la apreciación espiritual propia, y por la realización de que la felicidad verdadera se consigue siendo un testigo fiel de Dios, la Vida divina.
El hombre espiritual existe como la expresión del Ser divino. Su vida manifiesta eternamente la Vida divina. Es infaliblemente armoniosa, es el desarrollo perpetuo del bien, puesto que la Vida es Principio; incluye toda actividad correcta, porque la Vida es Mente; está siempre consciente, constantemente feliz y serena, pues la Vida es Alma; es vital e incorpórea y no comienza en la materia ni muere para apartarse de ella, ya que la Vida es Espíritu. Percibir la Vida, Dios, significa conocer la Vida tal cual la expresa el hombre. Cuando nos aferramos a estas verdades, ellas se hacen evidentes en nuestra vida, ya que la vida es siempre el resultado de nuestra propia manera de pensar.
Cuanto más nos rehusamos a dar crédito a la creencia del mundo de que el hombre muere, seremos tanto más capaces de demostrar para nosotros mismos la naturaleza indestructible del hombre. Que ahora o en el más allá tendremos que hacer esto lo señala la Biblia al decir (I Corintios 15:26): “El postrer enemigo que será destruído, es la muerte.” ¡Cuán agradecidos debemos sentirnos hacia Cristo Jesús, que nos señaló el camino hacia este fin, y a Mrs. Eddy, que nos reveló al Cristo, la idea divina de Dios, y el ser espiritual del hombre!
Cuando hacemos nuestra la bendición que resulta de una experiencia dolorosa hemos alcanzado la victoria por sobre esta. Entonces podemos preguntar al igual que Pablo (I Corintios 15:55): “¿Dónde está, oh Muerte, tu aguijón? ¿dónde está, oh Sepulcro, tu victoria?” y responder (verso 57): “¡Gracias a Dios que nos da la victoria, por medio de nuestro Señor Jesucristo!”
