La ascensión de Cristo Jesús se llevó a cabo cerca de Betania y sus apóstoles tuvieron el privilegio de presenciar este gran evento. Tal como se los había predicho, Cristo Jesús volvió al Padre; ascendió en pensamiento a tal punto que dejó de ser visible para los sentidos humanos de sus discípulos. El bienamado Maestro ya no estaba con ellos en persona como maestro y compañero. Y sin embargo “ellos, habiéndole adorado, volviéronse a Jerusalem con gran gozo,” relata Lucas (24:52).
La razón de su gozo no era obviamente substanciada por el sentido mortal, puesto que Jesús había ascendido. La escena inspiradora de la ascensión debe de haber añadido a la comprensión de los discípulos de las enseñanzas del Maestro respecto a la relación inmortal del hombre con Dios. Ellos habían presenciado el gran triunfo final de Jesús por sobre la materialidad y la muerte, y se daban cuenta que de allí en adelante ellos servirían al cristianismo como testigos y también como ministros y maestros. Había, pues, razón demás para el gozo.
El Científico Cristiano debería estar dispuesto a abandonar, tan prontamente como lo hicieron los apóstoles, el sentido corporal de la vida por el gozo y la paz en la demostración de la vida eterna del hombre en el Alma. A medida que aumenta la percepción científicamente cristiana del discípulo, el cambio corporal, la pérdida, y aun la partida de este mundo son contemplados como ilusiones del sentido material. Lo que sostiene la Ciencia divina, es decir, que el Cristo impersonal e incorpóreo, la Verdad, es el Salvador de la humanidad, es entonces reconocido. El gozo es el resultado natural de un progreso tal.
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