El deseo de hallar a Dios existe ya sea consciente o inconscientemente en cada corazón, pues en todos los corazones hay una chispa del bien. Ya sea a través de las pruebas o mediante el clamor del bien mismo, los hombres se esfuerzan en su búsqueda por hallar a Dios y adquirir un concepto más claro de la Deidad. La Christian Science, que ha sido revelada a esta era por Mrs. Eddy, ha hecho posible que millones de personas hayan hallado la culminación de esta sagrada búsqueda.
En la primera página de su obra Miscellaneous Writings (Escritos Diversos) Mrs. Eddy hace una declaración de gran importancia para aquel que está buscando a Dios; dice así: “La humildad es el peldaño que conduce hacia un reconocimiento mejor de la Deidad. La visión ascendente recoge de las cenizas del yo que se disuelve nuevas formas y fuegos extraños, y luego renuncia al mundo.” Por medio de la pasadera llamada la humildad, reemplazamos el sentido material de la vida, del cuerpo y del medio ambiente por el concepto espiritual de la realidad, tangible y libre. ¡Cuán importante es entonces la humildad!
En el primer capítulo del Génesis se nos dice que Dios creó al hombre a Su propia imagen, a la semejanza de Su naturaleza. El yo que se disuelve es el hombre falso que, según la Christian Science, ha surgido de las creencias falsas de los mortales. El reconocimiento más elevado de Dios como el Todo-en-todo nos capacita para disolver las creencias falsas y discernir nuestra identidad espiritual y verdadera.
Nuestra Guía se daba cuenta del enorme valor que tiene la humildad cuando se está buscando a Dios. Su humilde pensamiento le permitió compartir con la humanidad los resultados de su hallazgo espiritual. Toda la humanidad puede adquirir esta misma habilidad espiritual para comprender a Dios mediante el esfuerzo, la oración y la consagración personales. El Cristo, la Verdad, se halla disponible para todos aquellos que mediante la humildad se hallan preparados para recibirlo.
Uno de los amados relatos de la Biblia, una historia de la curación que resultó de la humildad fue la de Naamán, capitán del ejército del rey de Siria. El relato cuenta que Naamán era leproso y que se puso en viaje para ver al profeta Eliseo. Mas el profeta envió un mensajero a Naamán diciéndole (II de los Reyes 5:10): “Anda, lávate siete veces en el Jordán.” El orgulloso capitán se rebeló, pues era obvio que esperaba que Eliseo “pasando su mano sobre la parte llagada, sanaría la lepra” sin que él tuviera que hacer ningún esfuerzo de su parte.
El Jordán no era un río tan limpio como los ríos Abana y Farfar en Damasco, de manera que tener que bañarse en él significaba un golpe muy grande para el orgullo personal del capitán. Cuando sus servidores le señalaron, no obstante, el valor que tenía la obediencia a las instrucciones de Eliseo, humildemente descendió y se bañó siete veces y el relato sigue diciendo: “Se volvió su carne como la carne de un niño pequeño.” La humildad había sido necesaria para la curación.
Mrs. Eddy ha escrito que para el Científico Cristiano el primer estado de desarrollo es el conocerse a sí mismo. Y en la página 356 de su obra Miscellaneous Writings (Escritos Diversos) ella nos dice: “El segundo estado de desarrollo mental es el de la humildad. Esta virtud triunfa por sobre la carne y es el genio de la Christian Science. Jamás podemos elevarnos, hasta que no hayamos descendido en nuestra propia estimación. La humildad es lente y prisma necesarios para la comprensión de la curación por la Mente; debe existir para que podamos comprender nuestro libro de texto; es indispensable para el crecimiento personal pues establece la carta de navegar de su Principio divino y la regla para su práctica.”
La humildad verdadera no debiera ser confundida con el servilismo, ya que la persona verdaderamente humilde jamás es servil. Camina con gran dignidad espiritual e inclina su corazón sólo ante la voluntad de Dios. La humildad nos permite demostrar la fortaleza, el poder y el dominio.
La mente mortal interpreta falsamente la palabra “humildad,” pues considera al humilde como falto de cualidades dinámicas. Mas ¿quién habría podido demostrar mayor fortaleza, coraje y poder que Cristo Jesús, cuya humildad le permitió decir (Lucas 22:42): “No sea hecha mi voluntad, sino la tuya,” y (Juan 5:30): “De mí mismo no puedo hacer nada”? Nuestro Maestro inclinó la cabeza siempre y sólo ante la voluntad del Padre.
El progreso espiritual que sigue a la lección de la humildad fué ejemplificada en la experiencia que tuvo una estudiante de la Christian Science. Al hallarse sola después del fallecimiento de un ser querido, sintió que debía aumentar su renta para poder hacer frente a sus necesidades diarias. No tenía entrenamiento para el desempeño de una profesión u ocupación, y el orgullo la hacía rebelarse cuando le recomendaban ciertas ocupaciones que ella consideraba serviles. En su extremidad se tornó a Dios, la Mente divina.
Al orar pidiendo ser guiada, se le reveló que tendría que aprender la lección de la humildad si deseaba ver resuelto su problema. Se resolvió entonces a poner de lado el orgullo y tomar cualquier trabajo que se la presentase. Casi de inmediato le ofrecieron trabajo en una lavandería de una institución que le quedaba cerca. Humildemente lo aceptó y durante dos o tres años se ganó así la vida.
Más tarde se le presentó un trabajo que le ofrecía una oportunidad de servir más amplia. De allí en adelante ella ha progresado paso a paso desarrollándose espiritualmente, mejorando al mismo tiempo su situación financiera. Ella se da cuenta que todo esto se debe a la valiosa lección que aprendió de la humildad.
En estos tiempos de tanta intranquilidad, el Científico Cristiano percibe que la solución que nos permitirá sobreponernos a las dificultades nacionales e internacionales debe venir a través de la Mente. El orgullo de lugar, posición y poder personal debe eventualmente ceder ante la fuerza y la gloria de Dios Todopoderoso, el Amor divino.
En vista de que “la humildad es el peldaño que conduce hacia un reconocimiento mejor de la Deidad,” ¿no debiera cada uno de nosotros esforzarse diariamente por abandonar la creencias mundanas de la vida en la materia y humildemente orar por ese amor desinteresado que nos torna gustosos y dispuestos a ser lavados en las turbias aguas del Jordán? Sólo así podrá esta “visión ascendente” recoger “nuevas formas y fuegos extraños” de amor universal por toda la humanidad y traer esa paz por la cual tanto ruega la humanidad.
No que seamos de nosotros mismos suficientes para reputar cosa alguna como procedente de nosotros mismos; sino que nuestra suficiencia es de Dios.— II Corintios 3:5.
