La tarea a la cual nos hallamos entregados, a decir, la enseñanza de la Christian Science a los niños, es de vital importancia para nuestra Causa. El trabajo bien hecho que hagamos no es sólo para el presente, mas también para el futuro. Puede asemejarse en las palabras que usó el Salmista a “un árbol plantado junto a las corrientes de las aguas, que da su fruto en su tiempo; su hoja también no se marchita; y cuanto él hiciere prosperará” (Salmos 1:3). Es así como los niños de nuestra escuela dominical de hoy ayudarán a perpetuar la Causa de la Christian Science del mañana.
Bien nos podemos preguntar entonces ¿qué es lo que debemos enseñarles a los niños de modo que queden firmemente establecidos en la verdad? Este asunto es merecedor de toda la devoción de que seamos capaces de darle. No podemos tomar como modelo el método de enseñanza que adoptan otras escuelas dominicales, en vista de que nuestro trabajo tiene una base enteramente diversa. Otras escuelas dominicales tienden a instruir y mejorar la tal llamada mente humana. La nuestra se ocupa de la tarea de hacer conocer a la única Mente infinita, que se halla siempre presente y que ya lo sabe todo.
¿Podemos acaso hacer esto valiéndonos de los medios materiales? Mrs. Eddy responde a esta pregunta en nuestro libro de texto, Ciencia y Salud (pág. 481) donde dice: “El sentido material jamás ayuda a los mortales a entender el Espíritu, Dios. Es sólo por medio del sentido espiritual que el hombre entiende y ama a la Deidad.” Esto nos demuestra que aquello que debemos tratar de sustentar es el sentido espiritual del niño.
Y ahora veamos cómo podemos apelar a ese sentido espiritual del niño. Aquí nuestra Guía nos enseña nuevamente cómo hacerlo. Ella dice en su obra (Miscellaneous Writings (Escritos Diversos, pág. 104): “¿Cómo podemos apelar a nuestro ser verdadero? Mediante el Amor.” Un amor más profundo nos capacitará para reconocer y probar la verdad acerca de la identidad del hombre — tanto la identidad de nuestros alumnos como también la nuestra.
Este hecho me fue claramente ilustrado en un incidente que se relataba en un artículo publicado hace algún tiempo en una de nuestras publicaciones periódicas de la Christian Science. La autora contaba acerca de una estudiosa nueva de la Christian Science que hallaba difícil comprender que Dios no se halla consciente del mal o del error. Un día en que se hallaba visitando a una amiga, durante la tarde el hijito de la amiga vino hacia su madre llorando amargamente. Había estado haciendo moldes de barro y tenía la carita y las manos muy sucias. La madre abrazó al perturbado niño, le atrajo hacia sí y le besó la enlodada carita. La estudiosa al principio se maravilló preguntándose cómo su amiga, que lucía un bonito y delicado vestido de verano, podía abrazar al niño todo embarrado. Luego se percató que la madre se hallaba inconsciente del barro; lo único que veía era su niño.
Meditando acerca de este incidente algo más tarde, la estudiante trató de descubrir cuál era la diferencia entre su concepto acerca del niño y el de la madre. He aquí lo que se le reveló. Pues era el amor lo que había hecho la diferencia; el amor había hecho posible que la madre contemplara al niño tal cual ella le concebía. Entonces la estudiosa comprendió cómo es que Dios, el Amor divino, es incapaz de contemplar el mal. Dios ve sólo lo que El conoce, aquello que El ha creado, aquello que es verdad.
Este relato me hizo percibir que nosotros debiéramos orar sinceramente para ser capaces de amar más. Entonces ya no contemplaremos a los niños como desobedientes o poco receptivos a la Verdad, mas los veremos de acuerdo al concepto verdadero, como expresiones espirituales del Padre-Madre Dios, reflejando siempre la bondad divina.
Tengamos siempre presente el hecho de que estamos entregados a una gran empresa cuyos resultados son de largo alcance. Cualquier esfuerzo que hagamos para adquirir una comprensión más clara de Dios promueve nuestro crecimiento en lo que respecta a las cosas del Espíritu. Al participar con los niños de aquello que hemos aprendido, les ayudaremos en su propio crecimiento espiritual. Y hace aún más, puesto que nuestro propio crecimiento y el de los niños significa a su vez el crecimiento de nuestra iglesia y el de la Causa de la Christian Science. Y ¿acaso no quiere decir esto que estamos ayudando a establecer el reino mismo del cielo aquí sobre la tierra?
De modo que no descuidemos de evaluar correctamente nuestros esfuerzos. Aquello que nos hace orar más devotamente y que requiere que pongamos en uso práctico las verdades que hemos adquirido jamás debería ser considerado como un peso, sino como una bendición. Nuestros esfuerzos harán prosperar la escuela dominical si la meta que contemplamos es la de servir a Dios con el mismo amor destinteresado que inspiró a nuestra amada Guía a decir en su obra The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany (La Primera Iglesia Científica de Cristo, y Miscelánea, pág. 174): “Cada día lo siento a El más cerca, Le amo más, y humildemente ruego poder servirle a El mejor.”