Hablando humanamente, el cielo o reino de Dios significa cosas diversas para mucha gente. Por ejemplo, una persona puede que crea que el cielo es un paraíso de paz eterna que puede alcanzarse en el más allá. Otra puede que piense que es la liberación de una sensación de enfermedad y de sufrimiento. El cielo puede que para otra sea la substitución de la pobreza mediante la herencia de bienes materiales.
En cierta ocasión Cristo Jesús dijo algo muy útil y de gran inspiración respecto al cielo. La Biblia relata lo siguiente (Lucas 17:20, 21): “Y preguntado por los fariseos, cuándo había de venir el reino de Dios, les respondió, diciendo: El reino de Dios no viene con manifestación exterior. Ni dirán: ¡Helo aquí! o: ¡Helo allí! porque he aquí que el reino de Dios dentro de vosotros está.”
En vista de que Dios, el Amor infinito, está en todas partes, el cielo y la armonía están también por doquier. Cuando repetimos la primera línea del Padrenuestro: “Padre nuestro, que estás en los cielos” (Mateo 6:9), en realidad estamos orando a un Padre celestial siempre presente. Ya que Dios, el Espíritu, llena todo el espacio y es omnipotente, Su presencia celestial, o sea, la Vida, la Verdad, y el Amor, está aquí ahora y eternamente. De modo que en realidad nuestra identidad espiritual, verdadera, nuestro ser verdadero como hijos de Dios, está siempre presente para ser reconocida y reclamada. Esto es lo que constituye el hombre verdadero.
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