Hacía ya tiempo que me hallaba tras la búsqueda de una comprensión de Dios y de una religión en la cual pudiera creer con sinceridad. Mi madre había fallecido cuando yo contaba once años, y mi padre, mi hermana y yo vivíamos separados. Asistía a una iglesia, pero no me sentía satisfecha, y a pesar de que tenía un hogar y asistía a la escuela, me embargaba la conmiseración propia y como consecuencia desarrollé un complejo de inferioridad.
Mediante una curación maravillosa que experimentó mi hermana, pude captar una tenue vislumbre del Cristo, la Verdad, de modo que comencé a asistir a los cultos de una Sociedad de la Ciencia Cristiana.
La interpretación espiritual del Padrenuestro que aparece en las páginas 16 y 17 de “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” por Mary Baker Eddy, me impresionó profundamente. Había repetido durante toda mi vida el Padrenuestro sin haberlo comprendido jamás, pero ahora cada línea tenía un significado especial, y esta oración era un gran consuelo para mí.
Comencé a asistir a la Escuela Dominical y a estudiar la Lección-Sermón del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana. Estaba deseosa de saber más acerca de este Dios único, que es todo bondad, Vida, Verdad y Amor. Siempre le estaré agradecida a mi primera maestra de la Escuela Dominical. Yo quería aprender y ella estaba dispuesta a ayudarme. Vino muchas veces a mi casa y juntas nos poníamos a estudiar y a discurrir acerca de la Lección-Sermón que tan maravillosa y tan nueva era para mí. La Biblia empezaba a cobrar un cierto significado y además percibí que las promesas que contenía eran para mí también.
La conmiseración propia muy pronto comenzó a desvanecerse y en su lugar se manifestó el gozo y la gratitud a Dios por Su bondad. Parecía tan fácil llevarle a Dios mis problemas. ¡Mi hermana y yo estábamos juntas otra vez y yo había encontrado a Dios! ¡Qué momento tan feliz! Comencé a sobreponerme a mi complejo de inferioridad a medida que me percataba que Dios da al hombre, Su hijo, el dominio en vez de la inferioridad.
Muchos temores pequeños fueron vencidos. Uno de ellos era el temor a las tormentas con descargas eléctricas. Una noche en que se había desencadenado un gran temporal, yo me puse a llorar. Despertándose, mi hermana me dijo: “No temas, Dios está aquí junto a nosotras.” Este mensaje alado hizo en mí un profundo efecto, y con ello me pude sobreponer completamente a este temor y jamás lo he sentido nuevamente.
Desde que contaba tres años había sufrido de una infección a un hueso y por cuya causa sufría frecuentes caídas. Hasta me caía de las sillas. Apenas me disponía ir a algún lugar, alguien invariablemente me decía: “No corras. No juegues. No hagas esto, no hagas lo otro.” Y esto de no poder jugar ni hacer lo que hacían los demás niños era para mí un gran suplicio. Me operaron de las amígdalas y me dieron muchas píldoras y finalmente hasta me ví obligada a usar un braguero elástico. No obstante, la condición seguía empeorando. Una cadera se había puesto más alta que la otra de modo que caminaba con una leve cojera. Cuando falleció mi madre, me deshice de todas las píldoras aunque en aquella época no existía razón alguna que me incitara a esto, excepto que no me agradaba tomarlas. Más tarde dejé de usar el braguero.
En verdad no sé cuando ocurrió la curación, pero sucedió poco después que comencé el estudio de la Ciencia Cristiana [Christian SciencePronunciado Crischan Sáiens.] y aprendí a conocer al hombre como la imagen y semejanza de Dios. No había hecho ningún trabajo respecto a esta condición, pues pensaba que dado que la había tenido durante tanto tiempo, la tendría siempre. De pronto me dí cuenta que había estado bailando, patinando, haciendo excursiones, y que no me había caído o lastimado. En la página 515 de Ciencia y Salud leemos lo siguiente: “Todo lo que Dios imparte se mueve de acuerdo con El, reflejando Su bondad y Su poder.”
En diversas ocasiones el error trató de tentarme con la sugestión de que la condición podría repetirse, pero en cada ocasión el Amor divino hizo frente al temor y lo venció. A los dos años de haberme sido presentada esta Ciencia, la cadera volvió a su estado normal y ya no cojeaba. Esta curación ocurrió hace más de diecinueve años.
Siento una gratitud sin límites por Cristo Jesús, el Mostrador del camino y por Mrs. Eddy que nos dió la llave de las Escrituras. Estoy en verdad agradecida por el privilegio de haber tomado instrucción primaria en la Ciencia Cristiana y por la oportunidad de poder servir a Dios. — Blue Springs, Missouri, E.U.A.
