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“No poseemos pasado”

Del número de octubre de 1964 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Recordar los incidentes del pasado constituye gran parte del proceso por el cual atraviesa el pensamiento de la humanidad. A menudo estos recuerdos proporcionan tanto el dolor como el placer, en razón de que aparecen como evidencia indiscutible e invariable que en cierta ocasión el individuo ha cometido un error y que probablemente lo cometerá nuevamente.

San Pablo escribió lo siguiente en II Corintios (5:17): “Si alguno está en Cristo, es una nueva criatura: las cosas viejas pasaron ya, he aquí que todo se ha hecho nuevo.” En el estudio de la Ciencia Cristiana [Christian SciencePronunciado Crischan Sáiens.] descubrimos qué clase de hombre es esta nueva criatura en Cristo.

En el libro “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras”, Mary Baker Eddy, Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana [Christian Science], nos dice que Dios crea y mantiene al hombre a Su propia imagen. Este hombre, amable, sabio, sereno, infalible e inteligente se halla siempre unido a Dios y jamás se ha apartado o podrá apartarse de la Deidad para vagar por el tiempo y acumular experiencias penosas.

El hombre perfecto no sólo se manifiesta cuando comenzamos el estudio y la aplicación de la Ciencia Cristiana [Christian Science], sino que él es, y ha sido siempre espiritual y eterno, y es el único hombre que Dios jamás creó. La majestad y gloria de Dios que se reflejan en Su naturaleza, inherente a cada individuo, no pueden ni ser manchadas ni veladas por los recuerdos de un pasado mortal. Un recuerdo infeliz no es en realidad otra cosa que una sugestión agresiva que el mal existe en alguna parte de la creación de Dios.

En la página 200 de Ciencia y Salud hallamos esta declaración: “La gran verdad en la Ciencia del ser de que el hombre real era, es, y siempre será perfecto, es incontrovertible; porque si el hombre es la imagen o el reflejo de Dios, no está invertido ni subvertido, sino que es recto y semejante a Dios.” El hombre verdadero es intachable e inmune a los errores que los recuerdos mortales pretenden perpetuar.

“No poseemos pasado, ni futuro, sólo poseemos el ahora.” Así escribe Mrs. Eddy en un artículo titulado: “Ahora y luego” en (The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, — La Primera Iglesia Científica de Cristo y Miscelánea, pág. 12). Cuando comprendemos que el Dios infinito, el bien, llena todo el espacio y está siempre presente se aniquila la sugestión de que un error que se haya manifestado en el pasado sea invulnerable. El ahora siempre presente de Dios perfecto, hombre perfecto y actividad perfecta, es lo único que ha existido o que jamás podrá existir.

Estas verdades me rescataron del agudo sufrimiento que me producía el recuerdo del pasado. Un día comencé a cavilar acerca del modo en que me había comportado algunos años atrás con los dueños de la casa que arrendábamos en aquel entonces. Recordé muchos incidentes en los cuales había mostrado la inconsideración, la grosería, la justificación propia, los celos, la falta de madurez, la destrucción y la deshonestidad. Aunque había pensado repetidas veces en estos incidentes, esta vez estos pensamientos se me presentaron con tal fuerza que el remordimiento y la desesperación amenazaron agobiarme.

El cuadro que yo presentaba a causa de estos recuerdos era muy desemejante a la entidad cristiana que la Ciencia Cristiana me demostraba era mía. Percibí que el remordimiento y la desesperación no me justificarían ante mi antiguo vecino, ni tampoco apaciguarían a la mente mortal. Esto debía ser corregido por medio de la Ciencia Cristiana [Christian Science], de lo contrario seguiría sufriendo cada vez que estos recuerdos se me presentaran. La declaración de Mrs. Eddy: “Sólo poseemos el ahora”, me inspiró con el coraje para negar lo que me imputaba un supuesto pasado.

Reemplacé cada alegato falso de la memoria con la verdad acerca de mi ser verdadero como reflejo de Dios, que había aprendido mediante la Ciencia Cristiana [Christian Science]. Como el hijo del Amor yo era considerado y afectuoso. La actitud de proceder que yo reflejaba, pertenecía a Dios, el Principio divino, y no constituía una posesión personal, egoísta y propia. Mi substancia venía del Espíritu y no podía disminuir a causa de la abundancia ajena.

Mi expresión verdadera de la Vida era siempre completa y no tenía necesidad de desarrollarse para hacerla más perfecta. Como la expresión de la Mente, la Verdad, yo sólo podía comportarme constructiva y correctamente. Con gran gozo y gratitud percibí que yo no podía contemplar nada menos que una existencia semejante a Dios.

Dios es la Mente, la única Mente de la cual emanan las ideas verdaderas que recibe el hombre. El hombre que expresa el Cristo jamás ha expresado el error en el pensamiento, al hablar o al actuar, ni tampoco ha contemplado el error. Cualquier pensamiento que pareciera recordar la imperfección es una opinión mortal y no una parte de la consciencia verdadera del hombre, de modo que no puede reclamar existencia válida.

Al meditar acerca de estas verdades, el sufrimiento causado por los recuerdos infelices cesó para no repetirse más, y nunca volvieron a agobiar mi pensamiento.

La curación científica y cristiana de los dolorosos recuerdos del pasado, no significa borrarlos irresponsablemente, dejando así libres a los hombres para continuar desenfrenadamente en la misma senda errónea. Es vital para el progreso espiritual de una persona que las cosas viejas desaparezcan. Si reemplazamos las cosas viejas con la consciencia del hombre como la imagen de Dios, nuestros recuerdos nos traen la seguridad reconfortante de la coexistencia permamente del hombre con Dios.

A medida que destruímos cada sugestión de que el error ha tenido existencia en el pasado, mediante la comprensión de la eternidad de Dios, el bien, estamos obedeciendo el mandato que aparece en II Pedro (3:14): “Por lo cual, amados míos, ya que esperáis estas cosas, poned empeño, para que seáis hallados en paz, sin mácula, e irreprensibles delante de él.”


Cuanto hace Dios es lo que para siempre será; nada se le puede
añadir, ni nada se le puede quitar; y Dios lo ha hecho así, para que
los hombres teman delante de él. Lo que ya ha mucho que ha
sido, todavía es; y lo que ha de ser, ya ha mucho que ha sido: pues
que Dios hace volver lo que había pasado. — Eclesiastes 3:14, 15.

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