El deseo innato por alcanzar la satisfacción y sentirnos contentos, siempre va unido al móvil de cada una de nuestras actividades, nuestros esfuerzos y éxitos. Muy a menudo la satisfacción anhelada se confunde con la complacencia propia y el engrandecimiento personal, y siendo de naturaleza emocional se origina en la mente mortal o carnal, que tarde o temprano aporta la decepción y el sufrimiento.
Por otra parte, en la Ciencia Cristiana [Christian Science Pronunciado Crischan Sáiens.] aprendemos que la verdadera satisfacción es espiritual, esencial y es producto de la abnegación. Se la identifica con la paz y la felicidad duraderas; es indicación de exhuberancia divina y de plenitud divina — plenitud de toda cualidad derivada de Dios — y se basa sobre una convicción permanente en la totalidad de Dios y en Su inclusión del hombre como imagen y semejanza divinas.
Haciendo una distinción clara y definida entre la satisfacción genuina que se deriva de Dios y su opuesto material falso, Isaías se refiere a ello de este modo (55:2): “¿ Por qué gastáis dinero por lo que no es pan, y os afanáis por lo que no os puede satisfacer? ¡ Escuchadme con atención y comed lo que es bueno, y deléitense vuestras almas en grosura!”
Correlativamente, Mary Baker Eddy, Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana [Christian Science], dice (Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, pág. 60, 61): “El Alma tiene recursos infinitos con que bendecir a la humanidad, y la felicidad se lograría más fácilmente y se guardaría con más seguridad, si se buscara en el Alma. Sólo los goces más elevados pueden satisfacer los anhelos del hombre inmortal. No podemos circunscribir la felicidad dentro de los límites del sentido personal. Los sentidos no proporcionan goces verdaderos.”
Dado que la satisfacción duradera es equivalente a la plenitud espiritual, es natural que en razón de nuestra identidad verdadera cada uno de nosotros alcance la culminación de la satisfacción inherente a nuestra naturaleza misma. Como idea compuesta creada por Dios, el hombre es completo, e incluye toda cualidad espiritual que emana de la única Mente infinita, el Espíritu, la fuente de todo pensamiento o substancia.
No obstante, desde el punto de vista relativo o humano, cada uno debe hacer su elección entre la satisfacción inherente en el hombre a semejanza de Dios, y aquella que es ilusoriamente corpórea. Necesita preguntarse si la satisfacción que es el móvil y la base de su pensamiento y acción es intrínsicamente el fruto del Espíritu, Alma, o Dios, y en consecuencia firme y permanentemente establecida, o si es el producto de la creencia mortal, proveniente de la ilusión, siendo por lo tanto inestable y transitoria.
De acuerdo con la Ciencia del ser, el individuo expresa satisfacción genuina en proporción a su semejanza consciente con lo divino. La semejanza generalmente se reconoce como el bien en la naturaleza humana. La frase joie de vivre en su significado más elevado alude al vivir saludablemente gozosos, y puede ser interpretada como la vía de acceso a una expresión más amplia de la Vida, Dios. No obstante, para obtener una medida mayor de la satisfacción que se deriva de Dios, el requisito fundamental es cultivar constante y conscientemente el sentido espiritual.
El Científico Cristiano alerta se esfuerza incesantemente en todo sentido por alcanzar la corona que se obtiene al vivir a semejanza de Dios y que aporta tanta satisfacción. Para este propósito él ejerce el dominio sobre su manera de pensar, abrigando únicamente pensamientos espirituales y excluyendo las nociones y creencias sensuales. La demostración progresiva para lograr su propósito es exteriorizada necesariamente en su experiencia diaria.
La demostración de la satisfacción debe, no obstante, estar siempre en armonía con el Espíritu. La satisfacción de cualquier necesidad material es loable sólo en tanto que demuestre y ratifique crecimiento espiritual. De esto se deduce que al demostrar el verdadero concepto del hogar, por ejemplo, nuestro regocijo es causado principalmente porque hemos percibido que el hogar es realmente una morada consciente en el reino de la Mente o Alma, que significa armonía, gozo, belleza, gracia y seguridad. El hogar temporal o presente, si bien es motivo de gratitud, no es ni un fin ni un móvil en sí, aunque el sentido de satisfacción que ofrece puede servir como incentivo para obtener un concepto más divino de su equivalente espiritual.
El Salmista hizo esta declaración tranquilizadora (Salmo 1:1–3): “Bienaventurado el hombre que no anda en el consejo de los inicuos.... sino que en la ley de Jehová está su deleite ... y cuanto él hiciere prosperará.” Los Científicos Cristianos están demostrando en sus asuntos diarios que los pensamientos semejantes a Dios sirven no solamente para reajustar situaciones insatisfactorias, mas también para impedir el desarrollo de circunstancias adversas y para manifestar la satisfacción en sus vidas diarias.
En nuestra búsqueda de la satisfacción como Científicos Cristianos nos corresponde incluir a la humanidad en general en las bendiciones que desearíamos que nuestro Padre-Madre Dios nos concediera. Nuestras oraciones aplicadas al universo, destruyen el mesmerismo del propio yo, y ello redunda más prontamente en nuestro progreso espiritual.
Las oraciones de Jesús de carácter universal trajeron innumerables bendiciones a la humanidad no solamente en su época, mas también a través de los siglos. La suya era una existencia abnegada, porque él percibió que solamente la espiritualidad puede satisfacer la necesidad humana. El sabía que la curación consiste en llenar la conciencia con pensamientos derivados de Dios. Fue la constante elevación de su propia conciencia de la totalidad de Dios, lo que le habilitó para incluir a la humanidad en sus progresivas demostraciones cada vez más elevadas del Cristo sanador, la manifestación divina de Dios.
El discernimiento del Maestro de que la satisfacción total es el derecho divino del hombre, lo calificó para profetizar el advenimiento de la Ciencia del Cristo, el Consolador prometido. El les dijo a sus seguidores: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10). En la abundancia de la Vida que es Dios, hay ciertamente satisfacción.
En la peregrinación de la tierra al cielo, del sentido relativo del bien al absoluto, el sendero que conduce hacia arriba puede estar sembrado de espinas de sufrimiento impuestas por pensamientos ajenos; sin embargo al desalojar el resentimiento, el camino se despeja de las injusticias, y da lugar a Emanuel, o “Dios con nosotros.”
En esta ascensión gradual diaria, abandonamos los vínculos humanos restrictivos que nos limitan por la comunión libertadora y expansiva que se origina en la Mente, la belleza contemplada por los sentidos es transformada por la contemplación de la belleza de la santidad, la mortalidad cede a la inmortalidad, y el peregrino se une continuamente al Salmista en su oración, y repite (Salmo 17:15): “Veré tu rostro en justicia: estaré satisfecho, cuando despertare a tu semejanza.”