El patriarca Noé representa un personaje de profunda significación aunque no poseemos datos precisos ni del lugar ni del país en que nació. Sabemos muy poco acerca de su padre, Lamech, pero su abuelo Matusalem tuvo el honor de haber gozado de una vida más larga que cualquier otro personaje mencionado en los relatos bíblicos.
Enoc, el bisabuelo de Noé, representaba la prefiguración de esa obediencia y unidad con Dios que se reflejaron en la experiencia de Noé, el cual habiendo aceptado la advertencia divina acerca del inminente diluvio de proporciones incalculables, tomó los pasos necesarios para proteger a toda su familia y a los seres vivientes que tenía a su cuidado. Además, la descripción de Noé como “pregonero de justicia” (II Pedro 2:5) por cierto nos indica que es posible que él haya hecho persistentes esfuerzos, aunque quizás en vano, por convertir y de ese modo salvar a sus vecinos que se hallaban entregados al materialismo.
Enoc ha sido mencionado dos veces en el capítulo 5 del Génesis donde dice: “Y anduvo Enoc con Dios”, lo que constituye una frase significativa que generalmente se interpreta en el sentido de que Enoc estaba unido a su creador tan firmemente que al igual que el profeta Elías pudo escapar de la severa experiencia de la muerte. Se cuenta que Enoc “no fué hallado, porque le tomó Dios consigo”. A pesar de que Noé no experimentó lo mismo en este sentido, estaba dispuesto a obedecer cuando oía la voz de Dios. De él también se dice que “andaba con Dios” (Génesis 6:9) y habiendo probado que era justo y recto fue aceptado por Dios.
Como contraste, sus contemporáneos no conocidos que se hallaban sumidos en la violencia, la inmoralidad y el materialismo, posiblemente se habrían destruido a sí mismos si no hubieran sido destruidos por el diluvio.
El libro del Génesis contiene relatos de esta catástrofe algo diversos, pero, no hay razón que nos haga dudar de la exactitud de estos antiguos relatos bíblicos. La arqueología moderna nos ha provisto con evidencia irrefutable de grandes inundaciones ocurridas especialmente en una vasta área alrededor de los ríos Tigris y Eufrates, y que dejaron profundos y vastos yacimientos de cieno que sólo podían ser el resultado de un diluvio o inundaciones de grandes proporciones. En los tiempos modernos, a menudo se describe como áreas de desastre a aquellas afectadas por grandes inundaciones; de igual modo un diluvio tan monumental como el que ocurrió en la época de Noé bien podría haber sido considerado por los antiguos habitantes del Oriente como el causante de la destrucción de toda la humanidad, a excepción de un escaso remanente.
Noé debía ser poseedor de coraje, de propósito, de independencia y de perspicacia para haber sido capaz de construir un arca de dimensiones sin precedentes en respuesta al mandato de Dios, en tanto que sin duda sus vecinos ni por un momento se imaginaron la inminente calamidad que les amenazaba. No obstante, Noé procedió con persistencia en sus preparativos. En razón de su obediencia, él, toda su familia y todos los seres vivientes que tenía a su cuidado fueron salvados, en tanto que aquellos que habían permanecido ciegos al peligro y a su responsabilidad fueron destruidos.
Un versículo en el undécimo capítulo de los Hebreos hace énfasis sobre la fe que sostuvo a Noé a través de su experiencia, lo cual le aseguró la supervivencia y la salvación personal y la de todos aquellos que compartieron el arca con él. Así como la fe y la rectitud contribuyeron directamente en la preservación que se demostró en el corto relato de la vida y la obra de Noé, así también la suerte de sus contemporáneos fue consecuencia inevitable de la profunda materialidad.
Noé permanece como un ejemplo extraordinario, y aún cuando en ciertas ocasiones se olvidó de sus ideales, no obstante, mostró notable persistencia en seguirlos, recibiendo de Dios la seguridad que encierran estas palabras: “Voy pues a establecer mi pacto con vosotros, de que no exterminaré más toda carne con aguas de diluvio” ( Gén. 9:11).
Edificó Noé un altar a Jehová ... y dijo Jehová en su corazón: No volveré más a maldecir la tierra por causa del hombre ... Mientras dure la tierra, siembra y siega, frío y calor, verano e invierno, y día y noche nunca cesarán de ser. — Génesis 8: 20–22.