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“Sed, pues, vosotros perfectos”

Del número de julio de 1964 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Dios dijo a Abram, “Anda delante de mí, y sé perfecto” (Génesis 17:1). En su Sermón de la Montaña, Jesús ordenó a sus seguidores lo siguiente: “Sed, pues, vosotros perfectos, así como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mateo 5: 48). La Ciencia Cristiana [Christian Science] insta a sus estudiantes a emular el modelo perfecto, el Cristo, la Verdad. Y ¿por qué este énfasis sobre la perfección? Porque es menester que sepamos que el hombre refleja la perfección divina, lo cual incluye el poder de la Verdad.

¿Recordamos acaso el completo dominio que Jesús poseía sobre el mal, mediante su manifestación del Cristo, su ser verdadero? ¿Y recordamos además lo que él dijo (Juan 14:12): “El que creyere en mí, las obras que yo hago, él las hará también”? ¿Recordamos que Mrs. Eddy llevó a cabo esas mismas obras mediante su infalible obediencia al Principio divino? Si es así, percibiremos la inmensa responsabilidad que nos enfrenta a nosotros los estudiantes de la Ciencia Cristiana [Christian Science], en un mundo que necesita el poder dinámico del bien.

La palabra “perfección” puede que desaliente a algunos que piensan que se refiere a una posición personal de importancia social o económica. Empero, aunque la perfección es impecable y no permite mancha alguna, se trata de la calidad que puede ser hallada tanto en el medio ambiente más humilde como en el más poderoso. En cierta ocasión tuve oportunidad de ver una pequeña mariposa de incomparable belleza. No había seda que pudiera ser más suave ni de un blanco más puro que el de sus diminutas alas. Una fina línea de color negro azabache acentuaba su hermosura. Estaba, o así al menos me pareció, más cerca de la perfección de la belleza que un manto real de armiño.

En nuestras más humildes actividades, podemos demostrar la perfección. Aún la rueda más pequeña en el mecanismo de un reloj puede y debe ser tan perfecta como las más grandes. En realidad, éstas funcionan bien cuando las más pequeñas no tienen defectos. De igual manera el trabajo metafísico sincero no puede ser enteramente efectivo cuando nuestro modo de pensar y actuar carecen de pureza o alguna otra cualidad espiritual esencial en algún trabajo menos importante.

En el segundo capítulo de Jeremías hallamos que Dios reprendió a Su pueblo por haber labrado “aljibes rajados, que no pueden retener las aguas.” Las verdades fundamentales que encierra esta reprensión han sido explicadas claramente en la Ciencia Cristiana [Christian Science], Nuestra Guía escribe en Ciencia y Salud (páginas 300, 301): “Dios se revela sólo en aquello que refleja la Vida, la Verdad y el Amor, — sí, en aquello que manifiesta los atributos y el poder de Dios, así como la semejanza humana, proyectada sobre el espejo, repite el color, la forma y la acción de la persona que está frente al espejo.”

Cuando expresamos la perfección estamos expresando la Mente divina y su poder. Mediante la fidelidad a la Verdad y la entera obediencia al Principio, Mrs. Eddy pudo valerse de la energía divina. Su trabajo sigue desarrollándose en bendiciones cada vez mayores para la humanidad.

Este poder para el bien se halla disponible para todo aquel que sinceramente desea vivir de acuerdo con la norma de la perfección que Mrs. Eddy estableció. En la obra “The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany” (La Primera Iglesia Científica de Cristo y Miscelánea, pág. 160) ella escribe: “Vivir de tal manera que la conciencia humana se mantenga en constante relación con lo divino, lo espiritual y lo eterno, significa individualizar el poder infinito, y esto es la Ciencia Cristiana [Christian Science].”

Hoy en día existen muchas personas que desaprueban la manera de conducirse errónea y están de acuerdo con el bien, pero que no hacen nada por denunciar estos errores. Todos podrían hacer mucho más de lo que están haciendo para desenmascarar el error, si se mantuvieran conscientes de lo importante que es esforzarse constantemente por alcanzar la perfección. Para algunos puede ser que el engañar sólo un poco sea inofensivo ya que se excusan así respecto a la desobediencia de los reglamentos: “¿Qué importa?” “Todo el mundo lo hace” y es tanto más fácil hacerlo así. Pero desde el punto de vista científico, una actitud de esta índole es muy dañina, en realidad, es inadmisible.

Tratemos de imaginar lo que ocurriría si un matemático aplicara las leyes de las matemáticas en asuntos complicados pero se olvidara de las sencillas reglas de suma y resta. Todo sería inútil. Lo mismo acontece con la Ciencia divina. Nada que sea extraño a la pureza de la Verdad puede demostrar su gran poder. Empero, la pureza y la obediencia al Principio es lo que en verdad revela el poder de Dios.

Hoy en día nosotros deberíamos tener aún más en cuenta que nunca las palabras que Mrs. Eddy pronunció, y que aparecen en su obra Miscellaneous Writings (Escritos Misceláneos, pág. 176): “¿Estamos realmente al tanto de nuestras propias oportunidades y gran responsabilidad? ¿Estamos preparados para asumirlas y aprovecharlas, para obrar al grado máximo de la energía divina con que estamos armados?”

Nosotros somos testigos de la gran revolución que se está llevando a cabo en el mundo tal como se predijo en la Biblia (Ezequiel 21: 27): “Haré que haya trastorno, trastorno, trastorno: ni aquélla tampoco será más, hasta que venga Aquel cuyo es el derecho, y a El se lo daré.” La Ciencia Cristiana [Christian Science] explica que el trastorno que ocasiona el mal es el resultado de la catálisis moral que trae el error a la superficie para que sea destruido. Pero deberá ser destruido en vez de lamentarse o aceptarlo flemáticamente. Por esta razón, percibimos cuán necesaria es la devoción suprema al Principio.

Para poder “obrar al grado máximo de la energía divina” es imperativo que obedezcamos el mandato de Jesús de ser perfectos. La manifestación de la perfección es el requisito de la Verdad. Sólo mediante una obediencia constante al Principio, podremos someternos a la ley de Dios y valemos del patrimonio del hombre y de su dominio por sobre toda la tierra.

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