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“Bienaventurados son vuestros ojos”

Del número de julio de 1965 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Generalmente se cree que las facultades del hombre son físicas y que dependen de la materia para su existencia y continuidad; pero la Ciencia Cristiana declara que las facultades verdaderas son espirituales e indestructibles. En Ciencia y Salud, Mrs. Eddy escribe (pág. 162): “Las facultades indestructibles del Espíritu existen sin las condiciones de la materia y también sin las creencias erróneas de una llamada existencia material.”

Todo aquello que es espiritual deriva del Espíritu y es necesariamente tan permanente como el Espíritu mismo. De modo que las facultades espirituales no se desgastan, no se ven afectadas ni por el correr de los años, las lesiones físicas ni por enfermedad de ninguna especie. Las facultades espirituales se mantienen por siempre intactas y permanentes. Son capaces de discernir el orden y la armonía del ser perfecto e informan acerca de las verdades de la realidad divina.

Las facultades humanas mejoran cuando alcanzamos la comprensión de que las facultades del hombre son de naturaleza espiritual, perfectas e indestructibles. La razón de esto es que las facultades humanas son primordialmente mentales en vez de materiales y por consiguiente reflejan el estado de pensamiento que las gobierna. Cuando la consciencia se espiritualiza, las limitaciones e imperfeciones de la materia ceden a la armonía y a la libertad que ofrece el Alma, Dios.

Cristo Jesús reconocía la naturaleza mental de las facultades humanas, y hacía distinción entre aquellas que eran meramente materiales y aquellas del entendimiento espiritual. Refiriéndose a aquellos pocos receptivos espiritualmente que escuchaban sus enseñanzas y que no discernían su significado, dijo citando a un profeta del Antiguo Testamento (Mateo 13:14–16): “Con oír oiréis, y no entenderéis; y viendo veréis, y no percibiréis: porque el corazón de este pueblo se ha hecho estúpido; y con los oídos oyen pesadamente, y han cerrado sus ojos.”

Por otra parte, a los discípulos que eran espiritualmente receptivos les dijo: “Bienaventurados son vuestros ojos, porque ven; y vuestros oídos, porque oyen.” El factor que mereció la bendición del Maestro en el caso de los discípulos fue la receptividad espiritual de pensamiento y no la condición física de sus ojos y oídos.

El discernimiento espiritual, la facultad de la verdadera percepción del hombre, es siempre bendecida, dado que contempla siempre la naturaleza espiritual de todas las cosas. Ve perfectamente porque contempla la perfección. Cuanto más se aproxime nuestro discernimiento mental a la percepción espiritual, tanto más claras serán nuestras facultades humanas.

Las deficiencias de la vista a menudo se corrigen mediante la contemplación de la perfección en uno mismo y en otros en lugar de la imperfección. La crítica desfigura la visión, mas una apreciación verdadera elimina una distorsión de esa índole. El ojo sencillo del entendimiento espiritual nos capacita para gozar de visión clara y precisa. Si nos vemos enfrentados por la sugestión de visión imperfecta, hallaremos útil declarar vigorosamente que el sentido material no puede privarnos de la visión de la perfección espiritual.

Mrs. Eddy escribe (Ciencia y Salud, pág. 215): “La visión espiritual no está subordinada a las alturas geométricas. Todo aquello que es gobernado por Dios jamás está privado ni por un instante de la luz y el poder de la inteligencia y la Vida.” Las medidas geométricas que se usan para estudiar la refracción de la luz y para prescribir el tipo de vidrios necesarios para los anteojos, no son superiores al discernimiento espiritual que contempla todas las cosas en su verdadera perspectiva. Tampoco existe falta de luz o fuerza para esa visión, que es gobernada por la Mente inteligente, la fuente de todas las facultades verdaderas.

Antes de comenzar el estudio de la Ciencia Cristiana, una amiga mía había usado anteojos por ser corta de vista y sufrir de astigmatismo durante diez años. Finalmente el especialista de la vista que la atendía, le recomendó que permaneciera seis semanas en una pieza escasamente iluminada y le dió anteojos cuyos vidrios debían ser cambiados frecuentemente por vidrios más potentes.

Durante esa misma época se vió atacada por una dificultad física y para lo cual se le aconsejó a mi amiga que se sometiera a una operación, mas sintiéndose demasiado débil para ello, ella se tornó a la Ciencia Cristiana en busca de ayuda. La alegría que le proporcionó el estudio de esta religión, le hizo olvidar su dificultad a la vista y leyó de una Biblia impresa en letra muy pequeña. Un día los anteojos le molestaron tanto que se los quitó y entonces se dió cuenta que los ojos habían vuelto a la normalidad. Tan grande había sido el influjo de luz espiritual y de comprensión que había experimentado que la dificultad cedió también rápidamente.

Estos casos ofrecen pruebas irrefutables del hecho que nuestras facultades humanas puedan mejorar aferrándonos al concepto espiritual de las mismas. Todo lo que se relaciona con la percepción real es enteramente mental y espiritual. La luz, perspectiva, claridad, agudeza, fuerza, todas pueden ser concebidas como espirituales de manera que son perfectas. Cuando lo hacemos, la facultad humana está bajo el gobierno armonioso de la Mente divina y manifiesta vigor normal.

Aquí tenemos la promesa Bíblica para aquellos que someten sus facultades a la jurisdicción de Dios, la Mente, que todo lo ve y todo lo oye (Isaías 32:3): “Y no se cerrarán los ojos de los que ven, y los oídos de los que oyen escucharán.”

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