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“Evitad expresar el error”

Del número de julio de 1965 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Mrs. Eddy hace esta notable declaración en su obra “No y Sí” (pág. 8): “Evitad expresar el error; pero proclamad la verdad de Dios y la hermosura de la santidad, la alegría del Amor, y ‘la paz de Dios, que sobrepuja todo entendimiento’, recomendando a todos los hombres la comunión en los vínculos de Cristo.”

En una era en que existen tantos medios por los cuales el error puede hallar expresión, no sólo por intermedio de individuos mas también por la prensa, radio y televisión, es menester que los Científicos Cristianos hagan un consagrado esfuerzo por obedecer el mandato de nuestra Guía y de ese modo evitarán caer en la trampa que constituye la aceptación general de la aparente realidad del escándalo, el crimen, la crítica destructiva, los accidentes y la calamidad.

A diario y a cada momento se nos llama la atención a que neguemos el error y afirmemos la verdad, tanto para nosotros mismos como para toda la humanidad. No importa la forma que asuma o cuán poderosa parezca ser su fuerza destructiva, el error jamás es real, nunca es verdad ni es parte del hombre de Dios ni de Su universo, y caerá ante la realización del poder y gobierno de la Verdad tan matemáticamente como la obscuridad desaparece ante la presencia de la luz.

¿No probó acaso Jesús, el gran Mostrador del Camino la impotencia e irrealidad del pecado, la enfermedad y la muerte, demostrando que el hombre posee el dominio por sobre el mundo, la carne y todo mal? El no perdió tiempo hablando acerca del error o dándole entrada en su consciencia, por el contrario, lo destruyó cumpliendo así con la ley de Dios del amor y la perfección. Pasó su vida escuchando la guía de Dios, aprendiendo más acerca de Su poder o enfrentando y venciendo intrépidamente cada evidencia del error que se le presentaba, y lo hacía con la absoluta convicción de la presencia eterna del bien y del cuidado afectuoso de Dios por el hombre.

Es bien cierto que él previno respecto a ciertas formas de error que aparecerían en el mundo pero acompañó la advertencia con la declaración que la verdad reinaría eventualmente tanto en la tierra como en el cielo. En su obra Miscellaneous Writings (Escritos Misceláneos) Mrs. Eddy dice (pág. 346): “Es una regla de la Ciencia Cristiana no repetir el error a menos que sea preciso para aclarar la Verdad.” Si esta regla fuera obedecida más fielmente ¡cuánto más gozo y armonía se manifestarían en nuestra vida!

Que la lengua “no la puede ningún hombre domar” (Santiago 3:8) pocos son los que niegan cuán difícil es gobernarla. De modo que no podemos orar con demasiada frecuencia. “Sean aceptos los dichos de mi boca, y la meditación de mi corazón, delante de ti, oh Jehová, roca mía y mi redentor!” (Salmo 19:14). Si no hemos llevado a cabo la meditación devota necesaria para prevenir la expresión de palabras de acerba crítica, éstas pueden escaparse de nuestros labios. Entonces si no nos mantenemos vigilantes puede ser que nos encontremos entregados a la expresión del error de la condenación propia, lo cual constituye una forma de expresar el error acerca de nosotros mismos. Es esencial que nosotros amemos y percibamos la verdad en cuanto a nuestro ser antes de que seamos capaces de hacerlo por nuestro prójimo.

Cuán consolador y alentador es recordar que aquello que Jesús hizo también nosotros somos capaces de hacer, dado que él prometió (Juan 14:12): “El que creyere en mí, las obras que yo hago, él las hará también.”

Hay momentos en que es prudente que denunciemos al error con el objeto de revelarlo y rechazarlo. En un caso así el móvil es bueno y la acción queda justificada. No obstante, es imperativo que antes de exponerlo, separemos el error de la persona, del lugar o la cosa a la cual ha estado ligado, afirmando su impotencia y su nulidad. Amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos significa rechazar la crítica destructiva hacia él y rodearlo de pensamientos de bienestar y éxito en cada esfuerzo loable que éste haga.

Rehusándonos a decir de otro lo que no desearíamos que se dijera de nosotros, contribuiremos mucho hacia la destrucción de la crítica cruel y las habladurías maliciosas. Un buen ejemplo es una poderosa influencia silenciosa que enseña más cristianismo verdadero que volúmenes de palabras que no han sido puestas a prueba.

Dios, el creador único, jamás creó el error, de modo que el error no posee ni autoridad divina, ni poder, ni nada que lo apoye y debe eventualmente caer en el olvido. Las palabras no pueden tornar verdadero aquello que no tiene creador, ni punto de comienzo, ni lugar donde descansar. Sin embargo, si no percibimos y aceptamos esta verdad es probable que nos encontremos arrastrados por la creencia general mesmérica que sostiene que el murmurar acerca de nuestro prójimo es inofensivo y que ofrece una sensación peculiar de placer y satisfacción.

El libro de los Proverbios hace referencia al chismoso, a la lengua y a los labios mentirosos. Por ejemplo, los versículos 18 y 19 del capítulo 12 dicen: “Gente hay que charla como quien da estocadas de espada; mas la lengua de los sabios es saludable. Los labios veraces permanecerán estables para siempre; mas sólo por un momento la lengua mentirosa.” Así vemos que el triunfo de la Verdad es inevitable.

Si oramos rogando ser capaces de pensar y ver como lo enseñó Jesús, sólo la creación espiritual de Dios, en la cual nada hay que pueda criticarse o condenarse será importante para nosotros. Nos sentiremos libres para pensar, hablar y afirmar la verdad para nosotros mismos y para toda la humanidad y así estaremos preparados para sanar como lo hizo Jesús.

Una maestra de la Escuela Dominical al explicar a una clase de niños pequeños la totalidad de Dios y la nada del error dijo sencillamente: “Si no es bueno, no es verdad de modo que no me pertenece ni a mí ni a Uds.” Con esto los niños fueron capaces de percibir que en la verdad no es preciso ni temer al error ni pronunciarlo, y naturalmente los niños aceptaron felices su derecho divino a la libertad y su unidad con todo aquello que es bueno, verdadero y hermoso.

Para poder entrar en el reino de los cielos y experimentar la paz y la armonía, debemos tornarnos mas suaves, afectuosos, receptivos y dispuestos a aprender como niños pequeños. Podemos alcanzar esto mediante un sincero estudio de la Biblia conjuntamente con las obras de Mrs. Eddy que nos revelan los tesoros escondidos que contiene la Biblia. Este esfuerzo consagrado no deja ni el tiempo ni el deseo para la habladuría ociosa y maliciosa y eventualmente resultará en completo dominio por sobre la carne y la lengua.

Recordemos estas palabras de Santiago (3:2): “Si alguno no tropieza en palabra, el tal es hombre perfecto, capaz de refrenar además todo el cuerpo.”

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