Mi corazón desborda de gratitud hacia Dios que sin duda alguna me ha guiado a esta maravillosa senda de Vida, la Ciencia Cristiana. Desde hacía mucho tiempo, había estado buscando algo que me ofreciera una explicación inteligente de la manifestación del Amor divino.
Fuí fiel a la religión en que me había criado hasta que llegué a la edad en que uno hace preguntas, y luego demanda respuestas en cuanto a la existencia y la relación del hombre con Dios. Investigué varios aspectos diferentes de teología, ayudada por personas preparadas, pero nada fue capaz de satisfacerme. Hallé que me había tornado completamente atea y que tenía la cabeza llena de toda clase de teorías acerca de la existencia, a cual más complicada.
Después del nacimiento de nuestro primer niño, enfermé tan gravemente que me ví obligada a guardar cama la mayor parte del tiempo durante un año y medio. Esto no me impidió hacer muchas cosas útiles en beneficio de mi hogar y de mi familia, pero en razón de que había momentos en que el sufrimiento era tan grande, me puse a estudiar un idioma extranjero para tener algo en que ocupar mis pensamientos. Una persona conocida venía a mi casa para darme lecciones, pero lo más importante de todo, es que me presentó la Ciencia Cristiana.
Percibí inmediatamente, como lo hicieron tantos otros antes de mí, que aquí tenía una gran filosofía, la religión afectuosa, inteligente y práctica que siempre había estado buscando. Una practicista vino a verme. Me explicó la premisa básica de esta Ciencia y con gran compasión guió mis primeros pasos. Estaba dispuesta a ir adelante, pero la curación se produjo lentamente dado que el temor y las creencias falsas de toda clase eran muy fuertes. No obstante, eventualmente fuí restaurada a la salud completamente.
Al mismo tiempo y con la idea de probar mi nuevo conocimiento del Principio, me dispuse a atacar todos mis malos hábitos, es decir, el fumar, el tomar bebidas alcohólicas y la mundanalidad. Mucho me criticaron mis amigos y uno a uno los perdí de vista. Me sentía infeliz, más pronto me dí cuenta aún cuando en realidad no lo entendí, aquello que Mrs. Eddy implica cuando dice: “Oh, aprended a perder con Dios y hallaréis Vida eterna: lo ganaréis todo” (Miscellaneous Writings — Escritos Misceláneos, pág. 341).
Después de sanar tuve dos niños más. ¡Cuán maravilloso es criar niños con la ayuda de la Ciencia Cristiana! Los nuestros han experimentado muy pocas molestias y han sido protegidos maravillosamente. La tos convulsa y el sarampión, ambas diagnosticadas por el médico a quien consultamos por deferencia a mi esposo, fueron prontamente sanadas mediante la oración.
Como resultado del devoto tratamiento según la Ciencia Cristiana, un absceso que nuestra pequeña niña tenía en el cuello, se abrió cuando íbamos en camino al consultorio del médico, cosa que hacíamos también en consideración hacia mi esposo. A pesar de que el médico nos advirtió que dejaría una profunda cicatriz, no ha quedado rastro alguno.
Me siento muy agradecida por la gozosa experiencia de haber tomado instrucción primaria en la Ciencia Cristiana, la cual fue instituída por Mrs. Eddy y la que me aportó mucha riqueza espiritual incluso una sensación de seguridad que siempre había estado buscando.
Me siento muy feliz de ser miembro de La Iglesia Madre y de una iglesia filial y agradezco a Dios con todo mi corazón por todas las bendiciones que ya me ha otorgado. — París, Francia.
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