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La maternidad contemplada espiritualmente

Del número de enero de 1966 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En la época en que nuestro hogar esperaba la llegada de un nuevo bebé, yo me sentía abrumada por el temor de que no sería capaz de cumplir con las exigencias a que tendría que hacer frente como madre de varios niños. Anhelaba tener la ayuda de una persona fuerte y capaz que se hiciera cargo de las responsabilidades de la casa y la familia. Tornándome a Dios en mi apremio en busca de ayuda, y como me lo había enseñado el estudio de la Ciencia Cristiana, recibí la respuesta en estas palabras tal como si alguien me lo estuviera diciendo: Tu Padre-Madre Dios está cuidando de tu familia y de tu casa. El es tu ayuda en quien puedes apoyarte.

El consuelo que me ofreció este pensamiento me aportó la paz y la fortaleza que necesitaba en esa ocasión y me ha alentado desde entonces en muchas ocasiones en los años siguientes. Así es como la luz del Cristo, la Verdad, destruyó no sólo la creencia de que me hallaba muy agobiada mas también las molestias que acompañaban esta creencia.

El capítulo 32 de Deuteronomio relata en las siguientes palabras que el cuidado de Dios por Jacob se asemejaba al de una madre: “Como el águila despierta su nidada, revolotea, sobre sus polluelos, extiende sus alas, los toma, los lleva sobre sus fuertes plumas; así Jehová solo le conducía, y no había con Él ningún dios extraño.” El amor maternal de Dios guía, consuela y nutre. La madre humana que percibe esta verdad convierte lo que parecerían ser deberes de rutina en oportunidades para reflejar el amor de Dios como madre, bendiciéndose así no sólo a sí misma mas también a aquellos que la rodean.

Cuando una madre alimenta a su familia, ella refleja el amor de Dios que sostiene al hombre con el alimento diario de ideas espirituales. El alimento que Dios da fortalece, es equilibrado y está en proporción a las necesidades de cada día. Participar de él es también una delicia pues evidencia el amor de Dios.

Si una madre se preocupa de ver que sus hijos estén bien vestidos, ella está expresando la maternidad de Dios que viste a Sus ideas con la belleza de la santidad, la panoplia del Amor. Cuando nuestros pensamientos se hallan revestidos del Amor divino, nos hemos armado de una defensa segura en contra del error.

Otro de los deberes de una madre lo constituye el buen manejo de la casa. Para que éste exprese a Dios, debemos primeramente comprender que nuestra casa refleja cuán conscientes estamos de Dios. En Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, Mrs. Eddy interpreta así el último versículo del Salmo 23: “Ciertamente la bondad y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida, y en la casa [la consciencia] del [amor] moraré para siempre” (pág. 578). Dios conserva la consciencia del hombre siempre brillante y llena de belleza. La percepción y la demostración de esta verdad se refleja en un hogar hospitalario, hermoso y ordenado.

En el capítulo “Los pasos de la Verdad” en Ciencia y Salud, nuestra Guía declara (pág. 236): “La madre es la influencia educativa más poderosa, ya sea a favor o en contra del crimen. Sus pensamientos forman el embrión de otra mente mortal, e inconscientemente la modelan, ya sea por un modelo odioso a ella misma o por medio de la influencia divina, 'conforme al diseño que ... fué mostrado en el monte.’ ”

El modelo de santidad que como madres podemos mantener en la consciencia, comienza con la afirmación de que los hijos de Dios son la expresión de la Mente infinita. Son ideas espirituales que se desarrollan y que se encuentran ya al punto de la madurez. Jamás nacieron a la materia o de padres humanos. Aman el bien y aman ser buenos en razón de que ése es su estado natural del ser.

Las sugestiones de que pueden existir estados buenos y malos en el crecimiento, son creencias de psicología humana que no pueden separar al hombre de su perpetua unión con la armonía, la obediencia, la inteligencia y la fortaleza. También debemos mantenernos alertas para no albergar modelos que nos son odiosos, ya fuere por temor al pecado o porque los odiamos o por medio de la creencia en la ley de lo opuesto — la creencia de que el bien tiene que tener su contrario en el mal.

La madre verdadera educa mediante el pensamiento espiritual, viviendo la verdad prácticamente. Sus palabras son más poderosas en razón de la sinceridad de su ejemplo.

A medida que una madre contempla a su hijo como el vástago de Dios y no como el suyo propio, ella reemplaza un sentido de orgullo humano por la gratitud de ver la expresión de Dios dondequiera que se encuentre. Su concepto de familia se torna más amplio y el concepto maternal se expande hasta alcanzar un círculo cada vez más extenso.

Al tornarnos a Dios como Madre, descubrimos que el amor de Dios cuida tiernamente a Sus hijos en todo momento. Nuestras tareas se hacen más fáciles porque sabemos que somos el reflejo de Dios y no ejecutores personales. Entonces nos invade la paz que se describe en la definición de “Jafet,” hijo de Noé, que aparece en la página 589 del Glosario de Ciencia y Salud como: “Un símbolo de la paz espiritual que emana del entendimiento de que Dios es el Principio divino de toda la existencia, y que el hombre es Su idea, el hijo de Su solicitud.”

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