La paternidad puede ser portadora de una de las mayores alegrías en la experiencia humana, puede estar llena de esperanzas y expectativas y verse recompensada por dulce compañía y por el intercambio del amor. También puede constituir una de las mayores desilusiones de la vida y resultar en la frustración de la esperanza.
Movidos por el amor hacia sus hijos, confrontados con un sentido de ineptitud para hacer frente a las múltiples demandas espirituales que se les presentan, y conscientes de la incertidumbre de la vida material, a menudo los padres jóvenes despiertan a comprender la necesidad de apoyarse en el poder sostenedor del Amor divino. Abandonan entonces los planes humanos y buscan en el Amor la orientación que necesitan para moldear las vidas jóvenes que han sido confiadas a su cuidado.
Por cierto que son afortunados los padres que aprenden en la Ciencia Cristiana que Dios, el Amor ilimitado, crea y mantiene a todas Sus ideas y que Dios no sólo es Padre, sino también Madre. En el capítulo 66 del libro de Isaías leemos este mensaje de Dios: “¡Como alguno a quien su madre consuela, así os consolaré yo a vosotros!” En Ciencia y Salud, Mrs. Eddy escribe (pág. 507): “El Espíritu alimenta y viste debidamente todo objeto, según aparece en la línea de la creación espiritual, así expresando tiernamente la paternidad y maternidad de Dios”.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!