Skip to main content Skip to search Skip to header Skip to footer

Nuestros misioneros silenciosos: las publicaciones

[Original en francés]

Del número de enero de 1967 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En el Estatuto titulado “Publicaciones periódicas de la Iglesia” en el Manual de La Iglesia Madre, Mrs. Eddy describe con exactitud el deber que tiene cada miembro respecto a nuestras publicaciones. En ese Estatuto leemos lo siguiente (Artículo VIII, Sección 14): “Es privilegio y deber de cada miembro que tenga los medios, subscribirse a las publicaciones periódicas que son los órganos de esta Iglesia.”

¿Estamos aprovechando al máximo el privilegio que significa tener estos periódicos, y estamos agradecidos por los mensajes de curación que nos ofrecen? ¿Estamos cumpliendo con nuestro deber de compartir este privilegio con nuestro prójimo? Para determinar el valor de este privilegio y para aceptar incondicionalmente el deber que lo acompaña, debemos hallar una respuesta satisfactoria a las dos preguntas siguientes: (1) ¿Cuál es la misión verdadera que Mrs. Eddy asignó a las publicaciones de la Ciencia Cristiana? (2) ¿Por qué debemos apoyarlas?

Durante siglos, y hasta nuestros tiempos, el medio por el cual las iglesias cristianas han diseminado sus enseñanzas han sido los sermones personales y el trabajo misionero. Esto fue también lo que ocurrió con la iglesia de la Ciencia Cristiana durante varios años después que Mrs. Eddy descubriera esta Ciencia. En el año 1883 nuestra Guía fundó la primera de estas publicaciones destinadas a hacer el papel de misioneros impersonales, y en el año 1895, inspirada por Dios, decretó que la Biblia y el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud, que ella escribiera, debían de allí en adelante ser nuestros únicos predicadores.

Gracias a estos dos cambios revolucionarios, Mrs. Eddy preservó la predicación y el trabajo misionero de la Ciencia Cristiana del peligro de las interpretaciones humanas equívocas. Jesús pronunció las siguientes palabras que se encuentran en el capítulo décimo cuarto del Evangelio de San Juan: “En verdad, en verdad os digo: El que creyere en mí, las obras que yo hago, él las hará también; y mayores que éstas hará, por cuanto yo voy al Padre.” Considerando la magnitud de estas dos “obras” de Mrs. Eddy, ¿no podemos acaso sentirnos justificados de poner estas obras entre aquellas que el Maestro denominó “mayores”?

Además del privilegio de subscribirnos a las publicaciones, de leerlas y de recibir las bendiciones que ofrecen, también tenemos el deber de apoyar el carácter misionero que representan. Confrontados con un mundo que busca la Verdad, lo único que es capaz de librar a la humanidad de sus múltiples y crueles aflicciones, ¿podemos dejar de ofrecer este apoyo? Recordemos las palabras “Pastorea mis ovejas” (Juan 21:16) que Jesús dijo a Pedro hace tanto tiempo.

Estas palabras no han perdido nada de su importancia y aplicación y este pasaje de nuestro libro de texto le hace eco (pág. 570): “Millones de mentes sin prejuicios — sencillos buscadores de la Verdad, fatigados peregrinos, sedientos en el desierto — están esperando anhelantes descanso y refrigerio. Dadles un vaso de agua fría en nombre de Cristo, sin temer jamás las consecuencias.”

Ha transcurrido un siglo desde el descubrimiento de la Ciencia Cristiana y durante este período los hombres han hecho enormes progresos en muchos campos de actividad, tales como en los de las ciencias físicas, la industria y las relaciones internacionales. Un concepto más elevado de la hermandad de los hombres urge a las naciones más adelantadas a ir en ayuda de los pueblos menos favorecidos y librarlos del yugo de la ignorancia y la pobreza que los ha tenido esclavizados durante tantos siglos.

Cuánto más importante es entonces el deber que tienen los Científicos Cristianos de compartir con toda la humanidad la preciosa dádiva que nos ha legado nuestra venerable Guía, un don que librará a los hombres del temor, del pecado, de la enfermedad y la muerte. Podemos llevar a cabo este trabajo delegando algo de él a nuestros misioneros silenciosos — nuestras publicaciones — apoyándolas por medio de nuestras oraciones y contribuyendo a ellas con nuestros testimonios de curaciones y con nuestros artículos.

Cuando pensamos en nuestras publicaciones como misioneros de nuestra Causa, los argumentos de la mente mortal, tales como la ignorancia, un conocimiento insuficiente del idioma inglés, la falta de tiempo para leer las publicaciones, o la falta de fondos para subscribirse a ellas, pierden toda validez.

Venzamos las limitaciones que la mente mortal desearía imponernos y ampliemos nuestros horizontes. El profeta Isaías nos urge a ello cuando dice (54:2, 3): “¡Ensancha el lugar de tu tienda, y extiéndanse las cortinas de tu habitación! ¡no seas parca en ello! ¡alarga tus cuerdas, y haz más fuertes tus estacas! ¡Porque te extenderás hacia la derecha y hacia la izquierda; y tu simiente heredará las naciones, y volverán a poblar las ciudades que están ahora desoladas!”

Para explorar más contenido similar a este, lo invitamos a registrarse para recibir notificaciones semanales del Heraldo. Recibirá artículos, grabaciones de audio y anuncios directamente por WhatsApp o correo electrónico. 

Registrarse

Más en este número / enero de 1967

La misión del Heraldo

 “... para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

                                                                                                          Mary Baker Eddy

Saber más acerca del Heraldo y su misión.