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[Para niños] [Original en español]

Cómo Copita fue sanada

Del número de octubre de 1968 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


A Mabel le gustaba mucho jugar con su hermano Horacio. Ambos eran buenos compañeros. Entonces, ¿por qué discutían tanto? La mayoría de las veces era Mabel quien provocaba las discusiones, aunque en seguida decía que se arrepentía, y entonces volvía a reinar la calma. Mabel deseaba sinceramente corregirse del hábito de discutir, pero no parecía hacer mucho progreso.

Mrs. Eddy dice en Ciencia y Salud (pág. 5): “La tentación nos incita a repetir la falta, y el pesar viene como resultado de lo que se ha hecho”. Esto era lo que ocurría a Mabel.

Cuando a Mabel le dieron una nueva perrita — Copita — las cosas no mejoraron. Al principio ella y Horacio estuvieron muy ocupados cuidando y enseñando a la perrita. Todo marchó muy bien hasta que Mabel empezó a descuidar su parte, lo que obligó a Horacio a hacerlo todo solo. Horacio recordó varias veces a Mabel que ella tenía que cumplir con su parte, pero cada vez que él se lo mencionaba, Mabel provocaba una discusión.

“Es mi perrita, y si tú le das la comida yo te haré el favor de dejarte jugar con ella”, protestaba, aunque en el fondo de su corazón sabía que no debía actuar así. Y Horacio terminaba por ceder.

Pero un día, Mabel comenzó a discutir mucho y muy fuerte y Horacio no cedió. “Está bien”, le dijo algo disgustado. “Quédate con la perrita y ocúpate de ella”. En el primer instante Mabel se sorprendió. Pensó que su hermano cambiaría de parecer, pero no fue así. Entonces corrió a quejarse a su mamá, pero ésta le contestó que ella misma era quien debía buscar la solución al problema.

Mabel se enojó mucho con su hermano Horacio, y Horacio no tomaba en cuenta a Mabel. Cada vez que Mabel veía a su hermano acariciar a la perrita, le exigía que no la tocara recordándole que era sólo de ella. Entonces la perrita comenzó a cambiar. No comía, no quería jugar y se lo pasaba echada todo el día con una mirada muy triste.

Mabel decidió poner en práctica la Ciencia Cristiana. Recordó lo que le habían enseñado en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, del amor que Cristo Jesús expresaba. Empezó a estudiar más detenidamente la Lección-Sermón que aparece en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana. La llenó de alegría leer en Ciencia y Salud (pág. 514): “Todas las criaturas de Dios, moviéndose en la armonía de la Ciencia, son inofensivas, útiles e indestructibles”. Se dio cuenta de que las criaturas de Dios son Sus ideas espirituales y que comprender esto sana a nuestros animalitos.

La perrita comenzó a mejorar, pero luego empeoró de nuevo hasta que un día parecía estar muy enferma. Mabel, muy agitada, pidió ayuda a su mamá. Juntas estudiaron la Lección-Sermón y al llegar a este versículo de los Salmos (133:1) que dice: “¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía!”, la mamá observó. “Esmérate por habitar siempre en armonía y verás que los que te rodean también expresan esta armonía”.

Estas palabras hicieron reflexionar a Mabel. Había hablado muchas veces acerca de la armonía. En la Escuela Dominical habían leído en el Glosario de Ciencia y Salud la definición que da Mrs. Eddy de “Cielo” (pág. 587): “La armonía; el reino del Espíritu; gobierno por el Principio divino; espiritualidad; felicidad; la atmósfera del Alma”. “Pero, ¿he tratado yo”, pensó Mabel, “de aplicar esta definición, de vivir realmente en el cielo, la armonía, y ayudar a los que me rodean, incluso a la perrita, a participar de ese cielo? Evidentemente, no”, se dijo. Por el contrario. En lugar de expresar la bondad del Alma y brindarle a su perrita la oportunidad de habitar en lo bueno y apacible, la había rodeado de discordia. Y el resultado había sido una perrita enferma.

De inmediato Mabel deseó poner las cosas en su lugar. Pero tenía un temor que la hacía vacilar. No quería ceder ante su hermano. Su mamá que la observaba, le recordó que sólo obedeciendo a los ángeles, los pensamientos de Dios, iba a percibir el único camino verdadero.

Mabel ya no vaciló más. Fue en busca de su hermano y le dijo: “Quiero que sepas que la perrita es de los dos”.

Horacio, desconfiando un tanto del cambio de Mabel, le replicó cauteloso: “Aún así, no cuentes conmigo para cuidar a Copita”.

“No importa”, contestó Mabel. “De cualquier forma es de los dos”. Entonces Mabel dijo lo más difícil de decir: “Te pido que me disculpes por la manera en que me he portado contigo”. Y ahí mismo y en ese mismo instante las discusiones terminaron.

Esa misma noche hubo un cambio notable en el estado de la perrita y a la mañana siguiente, al salir Mabel para la escuela, Copita estaba tan retozona y alegre como antes y la siguió brincando hasta la esquina.

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