“Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz” (Génesis 1:3).
Desde los primeros versículos del Génesis, cuando el mandato de la Mente divina disipó las tinieblas, hasta los capítulos finales del Apocalipsis, la luz simboliza el entendimiento acerca de Dios, en aumento.
Los escritores bíblicos, constantemente han usado el símbolo de la luz para expresar su concepto de espiritualidad y de inspiración divina. Cuando Moisés bajó del Monte Sinaí después de hablar con Dios y de recibir los Diez Mandamientos, “la piel de su rostro era resplandeciente” (Éxodo 34:30), de manera que puso un velo sobre su rostro cuando hablaba con Aarón y con los hijos de Israel.
Esta luz de inspiración espiritual reaparece continuamente en la Biblia, elevando los pensamientos de los hombres por encima de las tinieblas y la neblina del materialismo hasta que brilla en raudo resplandor a través del pensamiento que expresa al Cristo, el pensamiento del Mostrador del camino, Jesús de Nazaret. Leemos que cuando llevó a sus discípulos a lo alto del monte de transfiguración: “Resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz” (Mateo 17:2). A medida que alcanzamos la luz de la inspiración espiritual, nuestros rostros reflejarán la gloria de Dios de manera que concurriremos a nuestras tareas diarias iluminados por su esplendor, y aquellos con quienes nos encontremos, sentirán el calor y el consuelo del Cristo.
La luz es una cualidad positiva; mientras que las tinieblas, o la ausencia de luz, es una condición irreal y negativa, un estado ilusorio. Mrs. Eddy escribe: “Algunas veces se nos induce a creer que la obscuridad es tan real como la luz; pero la Ciencia afirma que la obscuridad es tan sólo un sentido mortal de la ausencia de la luz, a la llegada de la cual la obscuridad pierde la apariencia de la realidad. De igual manera el pecado y la aflicción, la enfermedad y la muerte, son la supuesta ausencia de la Vida, Dios, y huyen como fantasmas del error ante la verdad y el amor” (Ciencia y Salud, pág. 215).
Aquellos que han viajado en avión a menudo han pasado por la experiencia de dejar la tierra envuelta en neblina y cubierta de nubes, y remontar vuelo hacia una atmósfera clara donde el sol brilla en todo su esplendor. Aun las nubes, vistas desde gran altura, pierden su amenazador aspecto y aparecen blancas y deslumbrantes como un campo cubierto de nieve. Algunas veces, en la experiencia humana, las nubes del temor y de las condiciones físicas discordantes, parecen amenazadoras y obscuras, y la luz del sol de la Verdad parece muy distante. Entonces es el momento de elevarnos mentalmente por encima de la atmósfera de la mente mortal, sabiendo que el Amor divino, como el sol, siempre está presente, siempre activo y que el hombre, el hijo de Dios, nunca está separado del Padre, de la misma manera que el rayo de luz nunca está separado del sol. Visto desde las alturas de la visión espiritual, aun las nubes del sentido mortal parecen menos amenazadoras, y estos “fantasmas del error” eventualmente se evaporan “ante la verdad y el amor”.
El profeta predijo que para aquellos que temen el nombre de Dios, “nacerá el Sol de justicia, y en sus alas traerá salvación” (Malaquías 4:2). Esta profecía fue cumplida con el advenimiento de Cristo Jesús. Durante siglos posteriores, esta luz fue obscurecida por las nubes de la doctrina y el dogma, aunque en ciertos lugares, a través de los años, pensadores espiritualmente inspirados percibieron la luz y experimentaron su poder curativo. Pero estos hechos fueron contemplados como milagros sobrenaturales completamente desvinculados de las experiencias de la vida diaria, hasta que a través de su visión espiritual, Mrs. Eddy atravesó las nubes de la creencia falsa, al descubrir el Principio divino que gobierna el ser y su ley sanadora del Amor. Esta luz del Amor, este “Sol de justicia” es revelado por la Ciencia Cristiana y siempre está presente para sanar y bendecir, embelleciendo la experiencia humana con su calor y consuelo hasta que las nubes del sentido mortal finalmente son disipadas y nos regocijamos en nuestro entendimiento consciente del amor y el cuidado de Dios.
Oremos para que nuestro pensamiento pueda estar tan imbuido de la comprensión que la luz y el amor de Dios están siempre presentes iluminando el universo de manera tal, que ni los pensamientos de temor, enfermedad, odio, guerra, enemistad nacional o racial, no sean más reales para nosotros que lo es la oscuridad. Entonces la santa ciudad que Juan describe en el Apocalipsis será revelada, esa ciudad, de la cual Mrs. Eddy escribe: “Esta ciudad de nuestro Dios no necesita sol o satélite, porque el Amor es su luz, la Mente divina es su propio intérprete”. Y más adelante añade: “Sus puertas se abren hacia la luz y la gloria tanto adentro como afuera, porque todo es bueno, y en esa ciudad no puede entrar ‘cosa inmunda, ni quien ... diga mentira’ ” (Ciencia y Salud, pág. 577).
