La actividad y el propósito de la oración verdadera están muy bien descritas en el Salmo 37 donde se dice de Dios, la Mente divina: “Él ... exhibirá tu justicia como la luz, y tu derecho como el mediodía”. En la integridad del ser infinito de Dios, únicamente puede manifestarse lo que es justo. Es por esta razón que, en la Ciencia Cristiana, el motivo de la oración es poner de manifiesto la perfección que caracteriza al ser verdadero.
Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, escribe en Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras (pág. 481): “El ser de Dios es infinitud, libertad, armonía y felicidad sin límites”. En la Ciencia Cristiana la oración comienza con el reconocimiento de que lo único que se está manifestando, o lo vínico que puede manifestarse en cualquier parte, es la libertad, la armonía y la felicidad del ser infinito e ilimitado de Dios. Este reconocimiento es la manera más efectiva de satisfacer las aparentes necesidades de la humanidad.
No se satisface una necesidad manteniendo nuestros pensamientos en esa necesidad material, más bien, ésta se satisface cuando nos damos cuenta de la siempre presente perfección del ser, en el cual toda apariencia de carencia desaparece. A la luz de la justicia — esa luz que en ningún momento es menos gloriosa que la luz del mediodía — la carencia no puede permanecer ni por un instante. Los problemas humanos se solucionan a medida que lo que es justo se hace evidente, y un concepto de carencia cede al de la posesión consciente del bien.
A medida que aceptemos en nuestra oración la perfección actual del ser de Dios y todo el bien que esto incluye, nos damos cuenta de aquello que, aunque aparentemente oscuro y distante para el sentido humano, nunca ha estado ausente para el entendimiento espiritual. Despertamos a la contemplación de lo eterno en vez de lo temporal, a la perfección del ser en vez de aquello que pretende ser incompleto y a la unión de Dios y el hombre en vez de a su supuesta separación.
Por medio de este conocimiento, dejamos atrás los temores y las dudas, que niegan que la oración pueda recibir respuesta. El egoísmo no puede permanecer ni por un instante cuando la consciencia está llena de la gloria del ser de Dios; los fines personales se desvanecen cuando el conocer a Dios se convierte en el único propósito de nuestra oración. Este conocimiento es en sí la oración eficaz, ya que no hay nada fuera de la totalidad de Dios; y conociendo esto, estamos conscientes del ser de Dios, libre, armonioso e ilimitado, y experimentamos esta demostración de una manera práctica.
Por ejemplo, no solucionamos el problema que resulta de la creencia de que el ser no es completo, simplemente orando para encontrar el compañero adecuado. Pero el reconocimiento de que la naturaleza del hombre ya es completa debido a que expresa la paternidad y la maternidad de Dios en equilibrio perfecto, es oración inteligente y eficaz, que se manifiesta en la experiencia humana en un compañero o compañera adecuado.
De la misma manera, el estar meramente a la expectativa de un empleo, por muy sincero y legítimo que esto sea, no es un modo científico de obtenerlo. Pero el tornarnos inmediatamente del concepto humano de necesidad, para agradecidos reconocer que Dios, el bien, está siempre presente y siempre activo, satisfará de un modo práctico esa necesidad.
La contestación a la oración, aquello que los Científicos Cristianos a veces llaman demostración, es el resultado de la elevación espiritual de la consciencia y no es en realidad un acontecimiento que tiene lugar en la materia. Para este estado de consciencia nunca ha habido una visión del hombre y del universo que no sea aquella que expresa la Mente, ni otra mente que contemplara la existencia como separada de Dios.
Debido a que el ser de Dios es infinito es, por lo tanto, completo. No puede añadírsele nada. Mrs. Eddy explica: “El ser posee sus cualidades antes de que sean percibidas humanamente” (Ciencia y Salud, pág. 247). El grado sumo del bien ya existe porque, en realidad, es parte del ser de Dios. Es sólo el sentido humano el que quisiera limitar y demorar aquello que, por su misma naturaleza, es ilimitado y por siempre presente y disponible para el sentido espiritual.
Cuando las cualidades del ser se evidencian en lo humano, sólo han sido sacadas a la luz. No se les ha dado vida. Un ejemplo de esto puede verse en el amanecer. La luz del sol, la cual desde el punto de vista del sol, nunca es menos que la plenitud del día, disipa la niebla y las sombras de la noche. De esta manera el paisaje surge a la vista ya que la remoción de aquello que lo oscurece no le está dando vida a nada. Sencillamente revela aquello que ya existe.
Indudablemente, fue a la perfección del ser, y no a un cuerpo sin vida, a lo que se invocó en la resurrección de Lázaro. Mrs. Eddy dice: “Jesús resucitó a Lázaro por el entendimiento de que Lázaro nunca había muerto, no por la admisión de que su cuerpo había muerto y que después volvió a vivir” (ibid., pág. 75). Lo que estaba presente en la consciencia de Cristo Jesús no era un Lázaro sin vida, sino la Vida que es Dios, y que se manifiesta como la Vida del hombre, y esta evidencia se hizo visible en una forma que se pudo apreciar humanamente.
Es esta revelación de la perfección lo que constituye la verdadera demostración en la Ciencia Cristiana, y la forma como se manifieste, aunque humanamente apreciable y tangible, no debe considerarse material. El creer que aquello que se manifiesta como resultado de la oración es un fenómeno material, sería atribuirle a esta evidencia la naturaleza de la materia: dualismo, inestabilidad y limitación. Sólo de esta manera podría parecer que perdemos el fruto de nuestro trabajo.
Todo lo bueno, hermoso y útil que actualmente experimentamos, es seguro y permanente a medida que comprendemos que es el resultado de la demostración de las cualidades eternas del ser de Dios, que sólo tienen la naturaleza y permanencia de su fuente espiritual.
Jesús oró: “Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese” (Juan 17:5). Esta es la misma gloria o perfección original que concierne al Científico Cristiano. Para la Mente que es Dios, y a la cual se nos enseña a reclamar como nuestra, nada se ha manifestado que no sea la gloria de Dios. Todo está como “antes que el mundo fuese”.
¡ Pensad lo que esto significa! ¡Todas las pretensiones de la creencia en la transmisión hereditaria son anuladas! Ninguna dolencia crónica tiene poder ya que su historia no puede contarse. Ninguna historia del error tiene causa y efecto ya que en la perfección del ser de Dios nunca ha tenido oportunidad de manifestarse. La consciencia de esta perfección donde no hay, ni puede haber, ningún vestigio de mal, disipa la oscuridad de la ignorancia y constituye una oración efectiva.
Lo que parezca ser carencia o una necesidad será satisfecha a medida que reclamemos la gloria, o sea, la perfección que ya está presente como la suma total de la consciencia y la experiencia. El bien, que para el sentido humano pueda parecer lejano, en realidad existe en su totalidad ahora mismo. Las cualidades del ser de Dios no pueden ni disminuirse ni aumentarse. La “infinitud, libertad, armonía y felicidad sin límites” que constituyen el ser de Dios se manifiestan en nuestra experiencia a medida que basemos todo pensamiento y acción en Su integridad actual.
El que sigue la justicia y la misericordia
hallará la vida, la justicia y la honra.
Proverbios 21:21
