El Apóstol Juan es el único de los discípulos que relata el maravilloso ejemplo de verdadera humildad que dio Jesús al lavarle los pies a sus discípulos. El discípulo bienamado escribió: “Se levantó de la cena, y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó" (Juan 13:4).
Jesús sabía muy bien que la toalla representaba la marca del esclavo, quien, por lo general, era el que estaba a cargo de la tarea de lavar los pies. Pero él estaba bien consciente de su propia dignidad, y de la humildad legítima que estaba expresando por medio de este acto tan conmovedor. La discordia que había entre sus discípulos, y el egoísmo, necesitaban una fuerte reprensión. La labor a la cual iban a dedicarse después que él se separara de ellos requería una dirección experta. Cuando, al principio, Pedro se negó a que le lavara los pies, mostró con su actitud que había interpretado muy literalmente este acto de Jesús. Esto necesitó la reprobación tierna del Maestro para elevar el pensamiento de Pedro al significado espiritual del acto.
Es muy probable que Pedro haya escuchado con gran respeto y arrepentimiento las palabras que pronunció Jesús al sentarse a la mesa: “Vosotros me llamáis Maestro, y Señor; y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros” (Juan 13:13–15).
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