En la página 37 de Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, y bajo el título marginal “Emulación completa”, Mrs. Eddy escribe: “Posible es, — sí, es deber y privilegio de todo niño, hombre y mujer, — seguir en cierto grado el ejemplo del Maestro mediante la demostración de la Verdad y la Vida, la salud y la santidad”. Lo que nos mueve a seguir este ejemplo es el amor que sentimos por Dios y por nuestro prójimo.
Para poder amar a nuestro prójimo debemos comenzar por amarnos a nosotros mismos. Debemos aprender a vernos con los ojos del Amor, vernos como el Padre nos ha creado — libres de mal. Mrs. Eddy escribe en The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 242): “A menos que usted perciba plenamente que es hijo de Dios y, por lo tanto, perfecto, usted no tiene Principio que demostrar ni regla para la demostración”.
Dios es Principio. De acuerdo con la naturaleza ordenada y espiritual del Principio, Jesús demostró, antes de comenzar su misión sanadora, que él era un hijo obediente y fiel y un buen carpintero. Al comienzo de su carrera ocurrieron dos acontecimientos significativos, que fueron: su bautismo — un símbolo de pureza, acompañado de la proclamación de su filiación con Dios; y la tentación, durante la cual se le exigió que demostrara su comprensión de lo que esta filiación significaba. Después vinieron ángeles y le sirvieron.
No tenemos otra alternativa que seguir el ejemplo de Jesús, quien dijo (Juan 17:19): “Por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad”.
La humildad es indispensable si es que queremos sanar a los enfermos. Expresar humildad es comprender que no poseemos un poder sanador personal, y por eso, vacilante o limitado. La verdadera humildad reconoce que el hijo no puede hacer nada sin el Padre, pero que por medio de Él todo lo puede. Esta humildad precede la autoridad que le da al practicista de la Ciencia Cristiana la habilidad para curar. Dios guía a Sus escogidos cuando ellos humildemente buscan Su dirección.
El tratamiento en la Ciencia Cristiana consiste en establecer la verdad espiritual en la consciencia humana. La consciencia del practicista debería estar siempre imbuida del conocimiento de la presencia de Dios. Partiendo del concepto de Dios perfecto y universo perfecto, incluso el hombre, el practicista ha de “desechar lo malo y escoger lo bueno” (Isaías 7:15). Niega los síntomas que sufre el enfermo, de acuerdo con su creencia, y los reemplaza por las declaraciones específicas de la verdad aplicables al caso del paciente.
Este tratamiento mental obra como una ley de curación en la consciencia humana. Pero si el practicista admite que alguien está enfermo y que necesita ser sanado, se aleja del concepto de perfección espiritual y empieza a atribuirle realidad y poder a la enfermedad.
Sólo en la medida que reconozcamos la nada absoluta del mal podremos reconocer y aceptar el todo de Dios, el bien. La curación se efectúa por medio de la comprensión de que el hombre coexiste con su creador, y que esta coexistencia es inmutable e indestructible.
Puesto que el tratamiento y la curación son un proceso enteramente mental, el tiempo no es un factor en el trabajo sanador. La palabra audible, el asistir a los cultos religiosos de la iglesia, el estudio de la literatura autorizada de la Ciencia Cristiana, que incluye las Lecciones-Sermones que se publican en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana, constituyen el medio de atraer más y más la consciencia de aquel que busca ayuda. A menudo, el trabajo sanador se convierte en una tarea conjunta entre el practicista y el paciente.
A veces el trabajo espiritual revela que la raíz de la enfermedad se encuentra en algún rasgo erróneo de carácter o en falsos apetitos que deben ser erradicados. La consciencia mortal suele ceder a estas exigencias de mala gana. Pero el practicista no debe condenar al paciente. La crítica podrá despertar al paciente, pero nunca lo sanará.
En cambio, la bondad practicada y aplicada es siempre una ayuda. En la página 518 de Ciencia y Salud, Mrs. Eddy dice: “Los ricos en espíritu ayudan a los pobres en una gran hermandad, teniendo todos el mismo Principio, o Padre; y bendito es el hombre que ve la necesidad de su hermano y la satisface, buscando el bien propio en el ajeno”. Encontramos el bien propio a medida que establecemos en nuestra consciencia la substancia de aquel bien del cual nuestro hermano parece carecer. De este modo nuestra espiritualidad se profundiza y tiene un efecto positivo en el tratamiento del caso.
Para obtener la inspiración necesaria, el practicista necesita pasar horas de santa comunión con el Padre tal como lo hiciera Jesús. Aquel cuyos días pasan sin estos momentos de oración se puede comparar con un cansado peregrino que no se detiene para tomar refrigerio. Es obvio que aquella consciencia que se mantiene ocupada contemplando lo que salva y sana, va continuamente al Padre y encuentra lo necesario para sanar el caso.
En la página 58 del libro Twelve Years with Mary Baker Eddy (Doce años con Mary Baker Eddy) su autor, Irving C. Tomlinson, escribe: “El lema de Mary Baker Eddy como practicista de la Ciencia Cristiana era semper paratus. No necesitaba prepararse para sanar al enfermo pues siempre estaba preparada”.
La Biblia y los Escritos de Mrs. Eddy son una fuente inagotable de todo lo que necesitamos para emular al Maestro como ella lo hizo. En estos libros encontramos no sólo las reglas para curar sino también las instrucciones para practicarlas, para que así podamos tener esa Mente que estaba “también en Cristo Jesús” (Filipenses 2:5). Pero debemos vivir obediente y humildemente de acuerdo con los tesoros que se encuentran en estos libros, usándolos de tal manera que obedezcamos estrictamente sus reglas para así asegurar la pronta y eficaz curación del enfermo.
No hay poder que pueda resistir la eficacia de la oración. Dios es Amor, y este amor incluye la justicia y la compasión. Por eso, los sinceros deseos y esfuerzos del practicista son siempre bendecidos. Recordemos el poema de A. E. Hamilton que nuestra Guía menciona en Retrospección e Introspección (pág. 95):
Pide a Dios te dé destreza
en el arte de consolar:
que puedas ser consagrado
y apartado
a una vida de comprensión.
Pues grande es el peso del mal
en todo corazón;
y muy necesitados son
consoladores que posean
de Cristo el don.
