Según una leyenda, algunos años después de la crucifixión, el Apóstol Pedro se marchaba de Roma, descorazonado por las dificultades que había encontrado en su empeño por extender el cristianismo en esa ciudad. Caminaba por la Vía Apia y de pronto se le apareció en una visión el Maestro, Cristo Jesús. Pedro le preguntó: “Quo vadis, Domine?” “¿Adónde vas, Señor?”, y se dice que el Maestro le respondió que iba a Roma para ser crucificado nuevamente. Pedro, sacudido por la respuesta que implicaba una reprensión, retrocedió y continuó su obra apostólica donde se consideraba el centro mismo del paganismo.
Tenga o no esta leyenda alguna validez histórica, nos sugiere la pregunta: ¿ Cambiaría yo tan prontamente mi curso mental si alguna vez la Verdad me despertara al hecho de que no soy fiel al Cristo? Es importante que examinemos nuestros pensamientos para ver si estamos permitiendo que un sentido de frustración, antagonismo personal, codicia, o ambiciones materialistas, con sus tensiones y tentaciones, nos impide oir la voz del Amor divino que nos está advirtiendo que seguimos un camino equivocado.
Si por medio de la Ciencia Cristiana hemos llegado a comprender la sabiduría suprema de nuestro Padre-Madre Dios, seremos lo suficientemente humildes para llegar a reconocer, a tiempo, que son los impulsos contrarios a la ley del Amor, que es todo inteligencia y el único creador, lo que nos lleva por caminos desviados y tortuosos, en los que el llamado éxito se consigue con sólo hacer caso omiso o repudiando a sabiendas las demandas del Espíritu. Siguiendo esos caminos, la felicidad se torna en una fricción interminable, y la paz y el sentido resplandeciente de la salud se pierden en los impulsos de la obstinada voluntad mortal.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!