El que está acostumbrado a la vieja teología, generalmente oye decir “sea hecha la voluntad de Dios”, con un sentido de resignación a algo desagradable. Muchos creen que la voluntad de Dios es algo malo que debemos aceptar inevitablemente.
¿Pero es posible que la voluntad de nuestro Padre celestial conduzca al sufrimiento? Puesto que Él es Amor, ¿cómo podría Él desear que Sus hijos tengan una vida de amarguras, enfermedades, escasez, desarmonía? Esto no puede ser Su voluntad. Si lo fuera, nuestro gran Maestro, Cristo Jesús, en su magnífica oración que enseñó a sus discípulos, no hubiera dicho: “Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mateo 6: 10). En el Glosario de Ciencia y Salud Mrs. Eddy define el “cielo” como “la armonía; el reino del Espíritu; gobierno por el Principio divino; espiritualidad; felicidad; la atmósfera del Alma” (pág. 587). Está bien claro, entonces, que en el cielo no hay nada malo. Jesús nos enseñó a invocar la voluntad de Dios porque sabía que el resultado sería siempre armonioso; y él sanó la enfermedad y el pecado y resucitó a los muertos.
Quizás la costumbre de creer que la voluntad de Dios es probarnos por medio del dolor, provenga del recuerdo acerca de Jesús en el Monte de los Olivos cuando en triste agonía, que fue seguida por la crucifixión, dijo: “Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42). Pero la prueba de Jesús lo guió a un triunfo de gloria sublime. Su resurrección ha quedado como la prueba de la victoria más sublime del Espíritu sobre la materia. Jesús fue el gran exponente de Dios, el que vino a enseñarnos el camino.
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