Skip to main content Skip to search Skip to header Skip to footer

[Para adolescentes]

La primera cita es con el hombre verdadero

Del número de octubre de 1971 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


“Quisiera ser mayor”, pensaba Guillermo. “Quisiera que mi voz cambiara de una vez. Quisiera tener mi propio automóvil y mi licencia para manejarlo”.

Sus pensamientos fueron interrumpidos por la voz de la maestra, “Guillermito, por favor ven por tu cuaderno”.

Al ir a recogerlo volvió a sus pensamientos. “Quisiera ser tan alto y robusto como Jorge y que la gente me llamara Guillermo y no Guillermito”.

Al pasar cerca del pupitre de una linda pelirroja se ruborizó ligeramente. “Quisiera que me hubiera dicho cualquier cosa, con tal que se hubiera fijado en mí. ¡Y cómo me gustaría dejar de ruborizarme!”

Guillermo quería muchas otras cosas. Muchas de las cuales no le gustaba admitir. Quería con toda franqueza que hubiera un término medio entre lo que se le había enseñado que era lo correcto y sus deseos. Sentía afecto por sus amigos y quería desesperadamente estar con ellos, hicieran lo que hicieran. ¿Pero, podía la gracia competir con la desgracia que causa la “marihuana”? ¿Podría el Principio igualarse con este vicio? Guillermo quería ser un Científico Cristiano y al mismo tiempo un “nuevo-olero”.

Entre todos estos anhelos, lo que Guillermo realmente deseaba era su calidad de hombre. ¿Qué es esta calidad? ¿Es tener una voz profunda? ¿Ser robusto? ¿Tener automóvil propio? ¿No es más bien, tener una comprensión más profunda de la coexistencia del hombre con Dios, una expresión más plena de la identidad perfecta y espiritual del hombre, un reconocimiento de la motivación verdadera de esta identidad?

Mrs. Eddy escribe (The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany — La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea pág. 253): “¿Qué realización más noble, qué gloria más grande puede alentar tu esfuerzo? ¡Avanza! Mi corazón y mi esperanza están contigo.

‘No estás aquí para el ocio o la pena,
mas para ganar del hombre,
la corona de su gloria plena’ ”.

La calidad de hombre perfecto no es una etapa a la cual se llega a cierta edad. Es un estado del ser que tiene que ser reclamado. ¿Acaso no sabemos de adultos que discuten acaloradamente con su esposa, o que adulteran sus declaraciones juradas para evadir impuestos? Es obvio que muchas personas mayores no han alcanzado aún la calidad de hombre perfecto, en cambio muchos jóvenes de tu edad, tal vez en tu propio colegio, han vislumbrado algo del hombre perfecto y se están esforzando por alcanzar esta maravillosa identidad.

Ésa es la calidad de hombre — su identidad. No es un proceso biológico, dependiente del tiempo o de división celular, sino el desarrollo del verdadero yo por medio del crecimiento y madurez espiritual. Hablando de esta identidad o de la individualidad del Cristo, Mrs. Eddy afirma: “El hombre no es el linaje de las más bajas sino de las más altas cualidades de la Mente” (Ciencia y Salud, pág. 265).

La opinión popular nos dice que tenemos que conformarnos a una regla general de conducta, porque las cosas se están generalizando demasiado, evitando la expresión individual. En otras palabras, hay simplemente demasiada gente en el mundo. Pero no hay explosión demográfica en lo que se refiere a la calidad de hombre. Casi no tenemos suficiente de ella. ¡Qué oportunidad para un joven de ser diferente, de expresar individualidad, reclamar su herencia divina!

Por supuesto que Guillermo sabía todo esto. Él siempre había ido a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana. Creía en todo lo que había leído y le habían enseñado, y en lo más profundo sabía que el seguir las elevadas demandas morales establecidas por Cristo Jesús era el único camino hacia una comprensión práctica de Dios, la cual liberaría y protegería su existencia humana. Sin embargo, aquí estaban las importunas demandas del “yo” instándolo a que se comprometiera con algo dañino, aprovechándose de su irresistible deseo de aumentar su experiencia humana.

Además de estas sugestiones estaba el argumento que las apoyaba: “Tú no puedes estudiar Ciencia Cristiana y al mismo tiempo probar qué es fumar, tomar y usar estimulantes químicos, o mientras deliberadamente te ves envuelto cada vez más en el aspecto sexual de una relación entre un joven y una joven más allá de lo debido. De manera que está mal ser hipócrita. Haz a un lado la Ciencia Cristiana por un momento. Entonces, cuando tengas una comprensión más completa del cuadro humano, puedes volver al estudio espiritual donde lo abandonaste”.

Por algunos años Guillermo siguió esta línea de razonamiento porque pensó que al hacerlo estaba obrando con mucha integridad, pero en lugar de estar satisfecho encontró un gran desconsuelo. Lo que le había parecido placer y ser un hombre cabal, no fue sino deficiencia y terrible aflicción. La falta de madurez y la incapacidad le parecían más que nunca parte permanente de su identidad.

Cuanto más seguía y adoptaba las costumbres y puntos de vista de sus amigos, más le parecía que disminuía su identidad como hombre. Recordó que cuando era niño se vistió en cierta ocasión con la ropa de su padre, con sombrero y zapatos de hombre, hasta se pintó un bigote. ¡ Qué hombre se sintió! Sin embrago, al recordarlo ahora, ¡ qué ridículo le parecía! No era de extrañarse, pues estaba adoptando una identidad que no le pertenecía.

Tampoco era su identidad verdadera el tomar, fumar o tener relaciones poco honestas. Para todos los adultos que piensan, estas son señales de falta de dominio y madurez. Sin embargo, estas son las tentaciones mismas que quisieran alardear de masculinidad.

Guillermo razonaba: “¿Por qué adoptar las costumbres anticuadas que los adultos sensatos rechazaban agradecidos?”

Este rechazo de seguir con pasos aniñados del experimentar humano y de seguir con la rutina de la conformidad tribal, lo liberó para aceptar su calidad de hombre verdadero de la noche a la mañana.

Recordó las palabras de Pablo: “Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; mas cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño” (I Cor. 13:11). Guillermo interpretó las palabras de Pablo así: “Cuando deje las niñerías — entonces seré hombre. ¡ Entonces comprenderé que mi calidad de hombre verdadero es una realidad presente!”

Comprendió que la juventud no era una etapa temporaria que servía de trampolín para alcanzar la calidad de hombre — un estado en que se experimenta con teorías materiales y medios humanos. La juventud es una cualidad de pensamiento. Es una parte permanente del hombre perfecto, un estado de constante actividad, y gozosa coexistencia con Dios.

Guillermo empezó a ver al hombre como el reflejo completo de las cualidades de juventud, madurez, inteligencia y pureza. A medida que seguía pensando acerca del hombre verdadero, y trataba de vivirlo, Guillermo pudo conducirse con donaire, orden y fortaleza en su vida.

Su bien balanceado sentido del hombre verdadero, le dio un concepto más elevado acerca de la mujer, y eventualmente encontró a la joven con quien deseaba casarse. La joven le dijo que lo primero que la atrajo fue su varonil gentileza — y también el hecho de que no fumaba ni tomaba.

Guillermo estaba muy agradecido por haber aprendido que antes de que pudiera hacer cualquier asociación duradera o significativa, ya fuera de amistad o matrimonial, tenía, primeramente, que hacer una cita con el hombre verdadero.

Para explorar más contenido similar a este, lo invitamos a registrarse para recibir notificaciones semanales del Heraldo. Recibirá artículos, grabaciones de audio y anuncios directamente por WhatsApp o correo electrónico. 

Registrarse

Más en este número / octubre de 1971

La misión del Heraldo

 “... para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

                                                                                                          Mary Baker Eddy

Saber más acerca del Heraldo y su misión.