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“El lugar más querido de la tierra”

Del número de abril de 1973 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


No podría haberse hecho elogio más bello al hogar que el que Mrs. Eddy le hace en Ciencia y Salud, donde escribe: "El hogar es el lugar más querido de la tierra, y debería ser el centro, mas no el límite, de los afectos" (pág. 58).

En su sentido absoluto, el hogar es totalmente espiritual, una idea en la consciencia, no un parentesco de mortales en una estructura tridimensional llena de posesiones personales. El hogar es individual porque es el desarrollo dentro de la consciencia individual de las cualidades de Dios. El hogar expresa la estabilidad, sabiduría, provisión y protección de la verdadera paternidad. Manifiesta la ternura, delicadeza, dulzura y belleza de la verdadera maternidad. Incluye la inocencia, confianza, capacidad para aprender, y obediencia de la verdadera niñez.

Cada uno expresa la idea de hogar a su propia manera particular y única. En las familias, el concepto de hogar se une naturalmente por medio de la unidad espiritual que es la base fundamental de toda relación armoniosa. Cada uno es bendecido al expresar su propia compresión de las cualidades de hogar y se enriquece con las contribuciones de los otros familiares.

Ya sea que el hogar consista de una persona o de varias, los elementos esenciales del verdadero hogar pueden reconocerse y demostrarse en armonía y perfección. Nuestro Padre-Madre Dios, el Principio divino, es la cabeza de cada hogar y está siempre presente, amando a Sus hijos y cuidándolos. Este Padre de todos nosotros continuamente nos protege de todo daño.

Si la Mente divina es la inteligencia guiadora en el hogar, cada miembro de la familia está seguro de que es guiado en senderos del bien y que sus aspiraciones meritorias serán cumplidas. Siendo todos los miembros del hogar, en realidad, los amados hijos de Dios, morando en armonía y bienaventuranza, cada uno puede demostrar que el amor infinito del Amor abraza tiernamente la familia, dándole bienestar, salud y paz a todos.

Diariamente el Científico Cristiano hace lo posible por demostrar las cualidades espirituales que glorifican a Dios, y que consuelan e inspiran a cada miembro de su hogar. Reconociendo que Dios apoya y gobierna a todos, sabe de la seguridad que nace de sentir realmente la fortaleza subyacente del Espíritu que mantiene su vida y su hogar.

Todos debieran tener un refugio en el cual centrar sus afectos y desde el cual éstos puedan fluir para bendecir a otros en un círculo cada vez más amplio. El hogar debiera proporcionar quietud. Todos necesitan la oportunidad de estar a solas con sus pensamientos. Cuanto más grande sea la familia y mayores las exigencias del mero mecanismo de la vida, mayor será la necesidad de que los miembros del hogar se valgan de momentos de soledad que les permitan renovarse para llevar un compañerismo más feliz entre ellos y relacionarse más armoniosamente con el mundo.

Un hogar debe ser bello. Todos podemos expresar colorido, limpieza y buen gusto en lo que nos rodea. Las gracias del Espíritu no conocen restricciones económicas.

Un hogar debe expresar hospitalidad. El compartir generosamente el bien que poseemos, confiere dulces bendiciones. Acoger a amigos y conocidos dentro del afectuoso círculo de nuestro hogar para departir con ellos temas de interés, o para disfrutar del arte, o simplemente para compartir una atmósfera de paz, enriquece a todos.

El concepto correcto de hogar debe ser cuidadosamente protegido de los virulentos ataques del mal que tratan de minar su unidad y castidad. Las tendencias del pensamiento moderno no pueden mesmerizar al pensador que se mantiene alerta, llevándolo a delegar al estado, a la escuela o a las organizaciones sociales la función especial de guiar y modelar el carácter, que le pertenece únicamente al hogar. La paternidad y maternidad de Dios tienen que ser reflejadas en todo hogar. Comparada con la duración de la vida humana, el tiempo que los hijos pasan bajo el techo paterno, es breve. Los padres tienen la importante obligación de hacer de estos años de formación una influencia poderosa para fortalecer y enriquecer la vida de sus hijos. Todos debieran mirar retrospectivamente hacia aquellos años de crecimiento, y fortalecerse con el recuerdo de la ternura, sabiduría y abnegación que caracterizaron su niñez en el hogar.

Hoy en día en que se pone tanto énfasis en la medicina e higiene para el cuidado del cuerpo de los niños, en las posesiones materiales, y en procurarles los deleites de los sentidos, tenemos que mantenernos alerta para rechazar este falso sentido de confianza y estímulo, ayudándolos a que presten más atención a la verdadera substancia, a la satisfacción profunda y perdurable que se deriva de la educación espiritual. Conscientes nosotros mismos de los verdaderos valores podemos, como padres, ayudar mejor a proteger los pensamientos de los jóvenes encomendados a nuestro cuidado.

Amar a Dios reverentemente y darle a nuestros hijos un sentido tangible de lo que es Dios, por medio de nuestro fiel reflejo de Sus cualidades, significa mostrarles el camino hacia la seguridad y felicidad. El precepto puro y nuestro propio ejemplo al caminar en el sendero de Cristo, no tienen substituto. Tenemos que demostrar, al regocijarnos sinceramente con las cosas más elevadas de la vida, que sólo el bien es atractivo y satisfaciente. Cuando nuestros hijos ven que amamos el estudio de la Biblia y de Ciencia y Salud, que gozamos con la lectura de las publicaciones de la Ciencia Cristiana, que vemos en los servicios de la iglesia y en nuestra participación en ella una actividad feliz y meritoria, y que esperamos totalmente que ellos disfruten de estos esenciales intereses espirituales — todo esto los ayudará a responder a la atracción del Espíritu y a alcanzar ellos mismos las riquezas de una vida significativa.

Cuando en una familia las personas adultas son de naturaleza afectiva, cortés y agradecida, los niños responden espontáneamente con dulzura y consideración. Cuando las responsabilidades paternas o maternas son cumplidas con amabilidad, los niños aceptan de buen grado sus propias obligaciones. Cuando las personas adultas se interesan por los valores intelectuales y culturales, por lo general la facultad de expresar lo bello se desarrolla en los niños. Cuando los padres aman la tarea de educar a sus hijos y dedican a ello sus mejores pensamientos y esfuerzos, el hogar viene a ser sin duda alguna "el lugar más querido de la tierra".

Mrs. Eddy tenía un profundo amor por la idea de hogar y por su manifestación humana. Pasó por muchas vicisitudes en los primeros años de su vida de casada — fracasos, soledad y carencia, pero siempre dotó cualquier lugar en que vivió con su propia belleza de espíritu, e hizo de ellos moradas de refinamiento y orden. De lo profundo de su experiencia e inspiración dijo a los miembros de su casa: "El hogar no es un lugar, sino un poder. Encontramos el hogar cuando comprendemos plenamente a Dios. ¡Hogar! ¡Pensad en él! Donde los sentidos nada pueden exigir y el Alma satisface" (Twelve Years with Mary Baker Eddy — Doce años con Mary Baker Eddy, por Irving C. Tomlinson, pág. 156).

Ella que vio en el hogar el centro de los afectos, derramó su amor sin medida para abrazar a la humanidad entera. Sus fieles seguidores pueden contribuir eficazmente a liberar a la humanidad del mal, protegiendo la santidad y estabilidad de sus propios hogares, dejando que el amor que irradia bendiga a todos en todas partes. No pueden ofrecer contribución mayor al progreso universal que preparar a sus hijos a ser ciudadanos del mundo y alentarlos en el deseo de demostrar de manera práctica la hermandad de los hombres. Entonces la promesa bíblica se cumplirá: "Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios" (Efesios 2:19).

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