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Navidad: hoy y siempre

Del número de diciembre de 2002 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Seguiría Usted también a aquella estrella que apareció a los pastores la primera noche de Navidad? Los que siguieron la luz que procedía de ella encontraron al pequeño Jesús, que algunos años después enseñaría y pondría en práctica el poder sanador de Dios. Ésta es una de las maneras de entender que el Cristo es ese poder que sana y está entre nosotros también hoy en día, atendiendo a todas nuestras necesidades. Yo pude constatar esto en mi propia vida.

En la víspera de Navidad, después de terminar todos los preparativos para la ocasión, mi marido y yo acostumbrábamos a sentarnos tranquilamente, reflexionando sobre el significado de esa fecha y oyendo canciones navideñas bajo las luces del árbol. Para mí, ésa era la parte más alegre de la conmemoración.

Una Navidad una de nuestras hijas se sintió mal. A mí me preocupaba mucho, pero también me enojaba que ella no estuviera bien justamente para esa ocasión. Fue entonces cuando me pregunté: “¿Acaso alguien puede estar privado de las bendiciones que esperamos encontrar en esta época tan alegre? ¿Acaso Dios no está aquí ahora mismo para sanar a mi hija y restaurar nuestra alegría?"

Inmediatamente dejé de sentir lástima de mí misma y comencé a orar. Reconocí el hecho de que Dios había creado a mi hija perfecta y que Sus brazos la estaban rodeando con mucho amor. El problema pasó rápidamente. Y qué alegría fue estar juntos aquella noche en compañía de esa jovencita tan alegre.

Con el correr de los años, aprendí otra lección. Esta vez, fue sobre Emmanuel, o “Dios con nosotros”. Mi esposo había fallecido hacía algunos meses. Yo había sanado de tristeza cuando comprendí que Dios es la Vida infinita y que la muerte no puede extinguir algo que Él Mismo creó. Razoné que cuando caminamos por la calle de noche los postes de luz proyectan una sombra delante de nosotros, conforme avanzamos. Sin embargo, no nos preocupamos por eso, simplemente pasamos por la sombra y continuamos caminando. Del mismo modo, la experiencia de muerte nunca detiene ni consigue obstruir el progreso espiritual de una persona. Estos hechos son eternos.

A pesar de todo ese análisis, yo estaba segura de que aquella Navidad sería triste. Faltaría la alegría y el amor que mi marido solía traer a nuestra vida. Nuestras fiestas siempre habían sido muy felices al lado de nuestras hijas.

Cierto día, comenzó a venirme al pensamiento una idea muy insistente: “Tu alegría no depende de ninguna persona”. Yo sabía que eso era verdad porque en otra ocasión difícil en que mi fe había sido puesta a prueba, sentí como que me confirmaban que la siguiente declaración bíblica era verdad: “...el gozo de Jehová es vuestra fuerza”. Nehemías 8:10. Empecé a comprender que toda la felicidad que yo había sentido en mi vida se había originado en Dios. No importaba de qué forma se había manifestado esa alegría; la misma no dependía de otra persona. Y la alegría de Dios no podría jamás traer tristeza.

Basándome en esa comprensión reconocí que mi felicidad sólo dependía de Dios, y que de Él vendría la alegría de esa Navidad.

Llegado el momento pude comprobar que eso era verdad. Yo vivía en una casa grande, que tenía algunas habitaciones separadas, donde vivían una de mis hijas y mis nietos. Aquel año, tres personas que estaban lejos de sus familias se hospedaron con nosotros varios días. Fue una Navidad muy alegre que recordamos con mucho cariño. Pero yo sabía que aunque había pasado la Navidad, yo conservaba el gozo que venía de Dios.

Toda la alegría del día de Navidad está aquí con cada uno de nosotros, porque el poder de Dios, que nos eleva y sana, está siempre presente.

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