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La Iglesia a 10.000 metros de altura

Del número de septiembre de 2003 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando uno viaja a 10.000 metros de altura sobre la superficie de la tierra, ve el mundo de manera diferente. Los muros y los límites geográficos desaparecen, los husos horarios se comprimen, las nubes tormentosas se transforman en una mullida alfombra blanca, y los conflictos mundiales parecen disolverse en la curvatura del planeta. Pero honestamente, nunca pensé que vería mi Iglesia diferente desde esa altura. No obstante, eso fue precisamente lo que ocurrió la tarde del 2 de junio.

Acababa de asistir a la primera mitad de la Asamblea Anual 2003 y Simposio en La Iglesia Madre en Boston, y estaba volando a través del Atlántico para participar, al día siguiente, en la última reunión del simposio de tres días en Berlín. Y en algún lugar a lo largo de ese vuelo nocturno, comencé a sentir con más intensidad que nunca, con qué urgencia nuestro mundo necesita el ministerio sanador que imparte el descubrimiento que realizó Mary Baker Eddy y que definió su época; me estoy refiriendo a la Christian Science. También me di cuenta de lo bien equipada que está la Iglesia global que ella fundó “para así reflejar, en cierto grado, la Iglesia Universal y Triunfante”, o sea, La Iglesia de Cristo, Científico, para responder a esa necesidad. Manual de la Iglesia, pág.19.

Como demuestra la cobertura de este Heraldo, difícilmente algún participante haya salido de la Asamblea Anual 2003 y Simposio sin una visión del carácter universal de la Christian Science y de La Iglesia de Cristo, Científico. La reunión se extendió no tan solo a dos ciudades — Boston y Berlín — sino a toda la tierra a través de Internet. Y tuve el privilegio especial de vivir personalmente ese alcance mundial al sentarme entre el público a ambos lados del océano.

Mientras miles de nosotros nos sentábamos en el auditorio de La Iglesia Madre en Boston, antes del servicio dominical el 1° de junio, y escuchábamos el preludio en el magnífico órgano de la Iglesia, sentimos el impulso, la inclusión simbólica y la unidad de la ocasión, a veces con lágrimas en los ojos. A través de dos transmisiones simultáneas, vimos en enormes pantallas cómo miles de miembros y amigos se reunían en el Max-Schmeling-Halle en Berlín. Juntos cantamos — cada uno en su propio idioma — el glorioso himno escrito por el reformador alemán del siglo XVI, Martín Lutero. Escuchamos a la solista Jennifer Foster cantar un solo con fragmentos en siete idiomas. Escuchamos en inglés las palabras del pastor de la Christian Science — la Biblia y el libro de Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras— traducidas a seis idiomas.

Luego, el domingo por la tarde, se transmitió el programa de “Bienvenida” desde el Halle en Berlín, conducido por Virginia Harris, Presidenta de La Junta Directiva de la Christian Science. Durante la misma, Michael Seek, Jefe de Redacción El Heraldo de la Ciencia Cristiana en alemán, junto con otros Científicos Cristianos de Alemania, hicieron referencia a los heroicos esfuerzos que llevaron al reconocimiento oficial de la Christian Science en Alemania Oriental, justo antes de que se derrumbara el Muro de Berlín.

El lunes por la mañana se realizó el evento más importante del Simposio, la Asamblea Anual misma. Funcionarios de la Iglesia — algunos en Boston y otros en Berlín — presentaron informes que fueron transmitidos simultáneamente. Mary Ridgway, Secretaria, invitó a los asistentes a profundizar su relación con Ciencia y Salud, a fin de cumplir mejor con la misión de la Iglesia universal que Mary Baker Eddy concibió. Walter Jones, Tesorero, anunció la creación de un Nuevo Fondo, llamado “Alimentemos al hambriento, sanemos el corazón”, para apoyar la transmisión de las ideas que contiene Ciencia y Salud a quienes buscan espiritualidad en todo el mundo. Y Virginia Harris, hablando en nombre de La Junta Directiva de la Christian Science, exhortó a los asistentes a salir a rescatar a la humanidad, para vivir la compasión de Cristo en esta era, como hizo Jesús.

Si hubo alguna vez una reunión en nombre de la Iglesia que simbolice la “Iglesia universal”, fue esta reunión. Una asamblea de gente sin muros o nacionalidades, más allá del tiempo y del espacio. Tanto fue así, que aun volando entre Boston y Berlín, me sentí parte de ella. Es verdad, me perdí algunas sesiones, no obstante, me sentía en sincronía con mi Iglesia y su visión para el futuro.

De pronto me di cuenta de que todo el mundo era parte de ese simposio, de esa visión, de esa Iglesia. No simplemente a través de Internet, sino de una forma aún más inclusiva. El cuidado práctico y apasionado por las necesidades de la humanidad que radiaba de ese simposio se sintió en todos los confines de la tierra.

Inevitablemente, la Christian Science tendrá que encontrarse con todo el universo, y verter su influencia sanadora en cada rincón donde el hombre habite. Todo ello porque se trata de mucho más que un credo o una filosofía, teoría o un estilo de vida. Es, como dijo la dama que lo descubrió, “...la diestra de Dios que tiene asido el universo — todo tiempo, espacio, inmortalidad, pensamiento, extensión, causa y efecto...”Escritos Misceláneos, pág. 364.

E igualmente inevitable es que la Iglesia de Cristo, Científico, internacional, la Iglesia en cuyas manos fue confiada la misión de comunicar los hechos de la Christian Science, tendrá que salir al encuentro y atraer a todo el universo. Para lograrlo, la Iglesia tendrá que ser enérgica, ágil y unificada. Tendrá que ser expansiva y flexible. Tendrá que ser hospitalaria con pueblos de todas las razas, naciones y convicciones. Tendrá que ayudar a elevar la norma de salud y vida para todos los niños, mujeres y hombres, en todas partes. Sin excepción, sin juicio, sin aminorar su paso.

Hay una calidez e inclusión irresistible en estas palabras de una carta que Mary Baker Eddy escribió en una ocasión a la Iglesia que había fundado: “No puedo constituirme en la conciencia de esta iglesia; mas si lo fuera, acogería en su redil a todo mortal reformado que deseara venir a él, y le aconsejaría y lo ayudaría a que anduviera en los pasos de Su rebaño”. Ibid, pág. 146.

En Berlín, cuando caminaba por la Puerta de Brandeburgo y cruzaba cerca del monumento de ladrillo que indica dónde estuvo alguna vez el Muro de Berlín, recordé esa visión que tuve de la Iglesia a 10.000 metros de altura. Reconocí que “la diestra de Dios tiene asido el universo” y finalmente había derrumbado aquel muro; y que los miembros de La Iglesia de Cristo, Científico, habían sido testigos de ese histórico evento.

Pensé en los otros muros de opresión y separación que todavía quedan en el mundo, desde las vallas que dividen a palestinos e israelitas en el West Bank, a las paredes que separan a católicos y protestantes en Irlanda del Norte, o la barrera de tierra que separa a musulmanes de cristianos en Sudán. Por no mencionar los muros mentales de temor, enfermedad y pobreza que mantienen prisioneros a millones de ciudadanos del mundo. Y hoy más que nunca, tengo la certeza de que la Christian Science — y La Iglesia de Cristo, Científico — debe finalmente jugar un papel en la disolución de esos muros, por el bien de la humanidad.

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