Después de que me bautizaron, cuando era una jovencita, sentí la necesidad de cumplir el mandato de Cristo Jesús de predicar el evangelio y sanar al enfermo. Jesús dijo: “Estas señales seguirán a los que creen” (Marcos 16:17). Y me pregunté: “¿Soy acaso creyente si no sano a la gente?”
Años después, me llamaron para que predicara como Ministra laica en mi iglesia metodista, y trabajé como gerenta del sector de atención a la salud, pensando que de ese modo podría estar más cerca de la gente que se dedica a la curación.
Yo iba comprendiendo cada vez más que la medicina no era la respuesta. Fue entonces cuando encontré Ciencia y Salud. Me crucé con él en una librería. En la sobrecubierta del libro decía “Si desea explorar el poder de la oración, este libro es para usted”. Finalmente, compré el libro y no podía dejar de leerlo.
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