Después de que me bautizaron, cuando era una jovencita, sentí la necesidad de cumplir el mandato de Cristo Jesús de predicar el evangelio y sanar al enfermo. Jesús dijo: “Estas señales seguirán a los que creen” (Marcos 16:17). Y me pregunté: “¿Soy acaso creyente si no sano a la gente?”
Años después, me llamaron para que predicara como Ministra laica en mi iglesia metodista, y trabajé como gerenta del sector de atención a la salud, pensando que de ese modo podría estar más cerca de la gente que se dedica a la curación.
Yo iba comprendiendo cada vez más que la medicina no era la respuesta. Fue entonces cuando encontré Ciencia y Salud. Me crucé con él en una librería. En la sobrecubierta del libro decía “Si desea explorar el poder de la oración, este libro es para usted”. Finalmente, compré el libro y no podía dejar de leerlo.
Fue como si hubieran descorrido un velo, y supe que tenía en mis manos lo que tanto había buscado. El libro me abrió maravillosamente las Escrituras y sentí una profunda tranquilidad.
Comencé a asistir a las reuniones de testimonios en una Iglesia de Cristo, Científico, de mi localidad. Y pronto le dije a mi ministro que había llegado la hora de que mi vida tomara un nuevo rumbo. Cuando tu Padre te abre la puerta, tienes que pasar por ella.
Por mucho tiempo yo había sufrido de eczema, y era tan grave la condición que me cubría los ojos y las orejas. No obstante, estaba leyendo Ciencia y Salud con mucha diligencia sin concentrarme en el aparente problema. Después de un tiempo, me olvidé por completo del eczema. Después me di cuenta de que había desaparecido y estaba totalmente sana.
Finalmente recibí la respuesta que buscaba sobre cómo cumplir con mi parte en el mandato de Cristo Jesús de “sanar a los enfermos”. Le dije a una amiga: “Siento que he recuperado la fe que tenía cuando era jovencita”.
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