Cuando tenía siete años, me empezó a doler mucho la barriga y la espalda. Seguí con dolores por varios días. Una mañana, en la escuela, durante el recreo, me puse a jugar con mis amigos en patio. Jugamos a los caballeros y los dragones. Yo era el caballero y mi amigo era el dragón.
De pronto volví a sentir dolor. Entonces recordé algo que había leído en la Biblia. Hablaba de ponerse la armadura de Dios (Efesios 6:11). Y pensé que el dolor era como el dragón. Yo era el caballero que llevaba puesta la armadura del Amor. Y esa armadura me protegía para que no me ocurriera nada malo.
El dolor desapareció de repente y nunca volvió. Me sentí muy contento porque fue la primera vez que oré por mí mismo y tuve una curación.
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