José estaba asustado. Sus hermanos acababan de venderlo a un grupo de mercaderes ambulantes. ¿Quiénes eran esos hombres? ¿A dónde iban?
Llevaron a José a Egipto. Allí la vida era muy diferente de la que José había conocido en Canaán, y mucho más solitaria. ¡Extrañaba tanto a su familia!
Pero la diferencia más grande era que ahora José era un esclavo. Su amo era un hombre llamado Potifar, un oficial del rey de Egipto.
Al principio, José y Potifar se llevaban bien. Potifar confiaba en él. José escuchaba a Dios para poder hacer las cosas bien. Debido a eso, Potifar muy pronto lo puso a cargo de todos sus asuntos.
Pero justo cuando José estaba comenzando a sentirse contento con su trabajo, la esposa de Potifar metió a José en problemas. Le dijo a Potifar que José había sido grosero con ella. Y Potifar le creyó.
José no era culpable, pero lo metieron en la cárcel de todos modos.
La prisión podría haber sido el lugar más solitario para José. Pero descubrió que Dios estaba con él también allí. Cuando algunos de los prisioneros tenían sueños que les preocupaban, Dios ayudaba a José a comprender qué significaban los sueños. A los prisioneros les caía bien José por su sabiduría.
No mucho después, el rey se enteró de lo que hacía José. El rey también había estado teniendo sueños que le preocupaban mucho, pero ni siquiera los hombres más sabios del reino podían comprenderlos.
— Traigan a José — ordenó el rey. Él tenía la esperanza de que José pudiera ayudarlo.
— En mis sueños hay siete vacas gordas. Ellas salen del río para comer pasto en el prado — le dijo el rey a José—. Pero entonces siete vacas flacas salen también del río, y ¡se comen a las siete gordas!
— Y eso no es todo — agregó el rey —. Luego vi siete espigas de trigo muy buenas y saludables que eran comidas por siete espigas malas y enfermas. ¿Qué significan mis sueños?
— Habrá siete años buenos durante los cuales habrá mucha comida — explicó José—. Pero luego, llegarán siete años terribles en los que no habrá alimento, serán siete años de hambruna. Debemos juntar mucho grano durante los próximos siete años para poder tener lo suficiente durante ese tiempo — agregó José.
Al rey le gustó tanto la respuesta de José que lo puso a cargo. — Tú te asegurarás de que guardemos suficiente comida — le dijo a José—. Me has demostrado que eres sabio, así que sé muy bien que harás un buen trabajo.
José hizo lo que el rey le pidió. Se aseguró de que se guardara más grano durante los siete años buenos, para que hubiera suficiente comida cuando los cultivos ya no produjeran.
Cuando terminaron los siete años buenos los silos estaban tan llenos que parecían casi a punto de explotar. Los egipcios incluso tenían grano suficiente como para vender a la gente hambrienta de otros países.
Entonces los hermanos de José vinieron desde Canaán en busca de comida. José se sorprendió al ver a sus hermanos cuando llegaron a pedir grano. Ellos no lo reconocieron, pero José sí los reconoció. No obstante, él no estaba enojado. De hecho, lo que él realmente quería era ser parte de su familia otra vez.
José lloró cuando finalmente les dijo a sus hermanos quién era, y ellos lloraron también. No podían creer que fuera José. Y ellos lamentaban mucho lo que le habían hecho.
Pero José les dijo que se perdonaran a sí mismos, y que los amaba mucho.
— No se sientan mal — dijo José—. Dios estaba conmigo. Y fue Dios quien me ayudó a auxiliar a los egipcios. Como yo podía comprender los sueños del rey estuvimos bien preparados para enfrentar la hambruna. Y ahora también los puedo ayudar a ustedes.
Y fue eso exactamente lo que hizo José.