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La luna y la estrellita

Del número de enero de 2004 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


¿Viste cómo se eleva la luna nueva,
como un arco blanco en el cielo
nocturno?

¿Viste que dentro del arco está todo
el redondel de la luna oculto en la
sombra?

¿Notaste acaso que junto a la punta de
ese arco hay una estrellita que parece
como una brillante gotita de leche?

¿Te parece que
ambas serán
amigas?

Te cuento que una
noche la estrellita le
susurró a la luna:
—¿Amiga Luna?

La luna estaba callada, como casi siempre está.

— Amiga Luna — bromeaba la estrellita — tú eres
una sonrisa.

La luna no contestó, pero sonrió.

— Amiga Luna — llamó la
estrellita un poco más alto —.
Te pareces a un recorte de
uña.

Aun así, la luna no
contestó.

— No, ¡la verdad es
que eres una
pestaña!

Y la luna seguía
callada.

— Amiga Luna, tú eres
como un trocito de
bizcocho, ¡el trocito
que queda
después de un
mordisco!

—¡No! — dijo
finalmente la luna —. ¡No!

¿Como el borde
del casco de
un bote?
— susurró la
estrellita.

— No. No. No. ¡No soy ni
el mordisco de un
bizcocho, ni un
recorte ni un
pedacito ni un borde!
Yo soy grande, completa
y redonda, y me estoy
escondiendo.

—¿Tienes un ser secreto? — preguntó la estrellita.
— Un ser secreto y perfecto — contestó la luna —. Lo
que pasa es que tú no puedes ver todo lo que soy.

—¿Y yo también? — preguntó la estrellita —.
¿Tengo yo acaso un ser secreto? ¿Y los demás
también?

— Sí — contestó la luna, asintiendo con la
cabeza —. Es tu ser que Dios conoce, tu ser
que Dios ama. ¡Tu ser secreto y perfecto!

Y sonriendo sobre todos los que duermen sobre la
tierra, la luna suavemente asintió diciendo: “Y tú,
también..., y tú..., y tú...; sí, tú también tienes un
ser secreto y perfecto”.

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