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Un arroyo que nunca deja de fluir

Del número de enero de 2004 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Pablo tiene un amigo que se llama Alejandro y que vive en un viejo molino junto a un arroyo. Hace mucho tiempo, la rueda de ese molino daba vueltas y vueltas.

Una tarde, Pablo fue a visitar a Alejandro y decidieron ir a caminar hasta el manantial donde nacía el arroyo. Caminaron y caminaron corriente arriba, chapoteando con sus botas de goma. Algunas de las rocas que estaban en el fondo del arroyo eran muy resbalosas. Los chicos se reían y gritaban cuando se resbalaban y deslizaban por ellas, aferrándose el uno del otro en busca de apoyo.

Los chicos pronto se dieron cuenta de que no estaban solos esa tarde soleada. Max, un niño del vecindario estaba siguiéndolos en silencio.

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