Quiero expresar mi gratitud por una curación que tuve hace muchos años.
Fue en los años 70 cuando, un día, durante mi acostumbrado aseo matinal, descubrí un cambio inusual en una parte de mi cuerpo. Yo conocía algunas mujeres que habían sido operadas debido a un cáncer, y esta condición física coincidía en gran medida con las descripciones que había oído y leído en relación con esta enfermedad. Estaba muy asustada. “Ahora realmente está ocurriendo”, pensé. Como dice Job en la Biblia: “Porque el temor que me espantaba me ha venido” (Job 3:25).
Ese mismo día me comuniqué con un practicista de la Ciencia Cristiana. Durante los últimos 30 años, yo había sido muy sana, y nunca había necesitado los servicios de un practicista. Al conversar con él, de inmediato sentí mucha confianza y consuelo.
Sin embargo, en lugar de la curación inmediata que esperaba, se manifestó otro síntoma grave que renovó mi preocupación. Durante las noches de insomnio me abrumaban el temor y el dolor. Este último como que parecía justificar, hasta cierto punto, el miedo que sentía. Desde un principio, yo había estado convencida de que la verdadera curación solo podía obtenerse a través de la Ciencia Cristiana. No obstante, temía cada vez más que esta enfermedad pudiera, después de todo, crecer más rápido que mi comprensión. Yo pensaba que esta comprensión era necesaria para reconocer y superar la enfermedad, sabiendo que esta última era un error acerca de mi verdadero ser espiritual como reflejo de Dios.
En una ocasión, durante ese invierno, tuve que hacer un viaje de negocios urgente, a pesar de que no me sentía bien. Por alguna razón, no logré comunicarme con el practicista. Sin embargo, pude visitar la Sala de Lectura de la Ciencia Cristiana en esa ciudad y la iglesia el domingo, y me sentí reconfortada y a salvo.
Lo más importante que llevé conmigo en el viaje fue un pedazo de papel en el que había escrito el versículo bíblico: “No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia” (Isaías 41:10). Cada vez que me sentía mal, buscaba un rincón tranquilo para sacarlo, leer esas palabras y afirmar que no estaba sola. Me aferraba verdaderamente a “la diestra de Dios”.
Estar consciente de que Dios está siempre donde yo estoy, me ayudó a pasar incluso los momentos más difíciles de esos días que estuve lejos de casa. Finalmente, me vino claramente este pensamiento: “Lo que temía no tiene poder para hacerme daño”.
Con infinita paciencia el practicista después continuó ayudándome a aplicar lo que básicamente yo ya sabía hacer, es decir, a separar el error de aquello que era verdad acerca de mi ser espiritual, creado por Dios. Me ayudó mucho un artículo del Herold (Heraldo en alemán) de Mayo de 1972, titulado “Was ist Christlich-Wissenschaftliches Heilen?” [“Para comprender la curación en la Ciencia Cristiana” por Carmen A. Morris, publicado originalmente en la edición del Christian Science Journal de Julio de 1971]. Después de describir su curación, la autora cita los comentarios de un practicista de la Ciencia Cristiana sobre esta experiencia: “Querida mía, lo echaste fuera de la consciencia, el único lugar en el que alguna vez estuvo”. ¡Sí, exactamente! Yo tenía que eliminar de mi consciencia el error que se había manifestado, la idea falsa de que estaba separada de Dios.
“Lo que temía no tenía poder para hacerme daño”.
El practicista también señaló un pasaje de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, donde Mary Baker Eddy dice: “Despojar el pensamiento de confianzas equivocadas y evidencias materiales a fin de que las verdades espirituales del ser puedan aparecer, este es el gran logro mediante el cual eliminaremos lo falso y daremos lugar a lo verdadero” (pág. 428). Tuve que aprender que lo que nos protege es la comprensión de que cada uno de nosotros es la idea completa de Dios y, como tal, está siempre perfectamente sostenido por la Mente divina, Dios. Para mí, todo el proceso de curación fue una oportunidad de aprendizaje. Aprendí a aplicar para mí misma, y para los demás, mi conocimiento de la verdad acerca de la naturaleza perfecta e inexpugnable del hombre como reflejo de Dios, y sobre Su amor ininterrumpido y el cuidado que nos brinda. Así fue como encontré una gran paz. Después de percibir claramente que lo que temía no podía hacerme daño, continué orando de esta manera, hasta que varios meses después, los síntomas de la enfermedad desaparecieron.
Recién al recordar lo ocurrido, me di cuenta de que esto, obviamente, no fue una curación de la enfermedad, sino fundamentalmente una curación del miedo a esta enfermedad que yo había inconscientemente albergado. Una vez que vencí el temor, la manifestación visible que tenía en el cuerpo también desapareció. ¡Estaba libre!
Siento infinita gratitud por la Ciencia Cristiana.
Christa Hansen, Kiel
