Tengo tres niños, y siempre me siento muy feliz de hablarles acerca de Dios. Me da una sensación de paz. Ellos también aprenden acerca de Dios en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, y tienen una profunda comprensión de esta Ciencia. Tengo una relación muy buena con ellos, la cual está sostenida por mi comprensión del Amor divino.
A pesar de la felicidad que tengo con mis hijos, mi matrimonio no marchaba bien. Todo empezó cuando mi esposo comenzó a gritarme por cualquier cosa. Luego pareció que yo no le importaba para nada. Él era feliz simplemente viniendo a casa del trabajo, comiendo y viendo televisión. Parecía que nada más le importaba. Finalmente, llegué a sentirme insignificante. Ya no lograba tener consciencia de mi propio valor. Pareció como que él había extinguido todo lo que yo había aprendido mediante mi estudio de la Ciencia Cristiana, y yo no lograba pensar con claridad.
Me sentía tan deprimida que casi no podía respirar y lo único que quería hacer era dormir. No quería ir a la iglesia, ni siquiera quería salir de la cama. Entonces fue cuando los niños me hablaron con tremenda autoridad. Me recordaron que yo conocía la verdad acerca de mi propia naturaleza como hija de Dios. Indicaron muy claramente que esta somnolencia era una mentira y que yo no debía aceptarla. Me recuperé muy pronto y pude reanudar mis actividades normales.
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